Brilla una esperanza

Por Josefina Barrón. Escritora y comunicadoraMe pregunto de qué están hechas esas personas que optan por ayudar a los que sufren, a los que padecen enfermedades terribles que los carcomen. Deben haber nacido distintos, a partir de alguna noble madera que no se tuerce, o de ese metal precioso que no encuentra cómo dejar de brillar.No sé de dónde sacan el valor y la fortaleza para no desarmarse frente a un niño postrado en una cama, para extender el abrazo y convertirlo en un manto de amor del más puro. Intento imaginar a esas personas voluntarias de vuelta en casa, recorriendo en la memoria la larga jornada viviendo dramas ajenos que hacen suyos, quizás poniendo los pies en agua tibia, la sonrisa en la cena y el corazón a buen recaudo. Yo estaría embargada por una pena más honda que la entraña. Seguramente no querría volver a ir a ese lugar donde la realidad es hosca, nada gentil, y cunde la muerte.Afortunadamente no todos estamos hechos como la mujer enclenque que escribe estas líneas. Y aunque esas personas valientes también cierren la puerta para llorar a solas, recuperan el aliento y la chispa en los ojos porque algo mucho más poderoso que la pena las mueve. Una necesidad de sentirse vivos contagiando ganas de vivir a alguien más. La urgencia de dar abrigo al que tiene frío, consejo al desprovisto de rumbo, esperanza al que está siendo seducido por el desaliento. Estas personas dirán que en el consuelo que dan encuentran consuelo para ellas mismas; en la esperanza que dan, luz para sus propios destinos. A pesar de tener poco, lo entregan todo. Cuerpo, tiempo, voz, corazón, fuerza, tenacidad, alegría. Alma. No se cómo lo hacen. Pero lo hacen. Teresa, Úrsula, María Luisa y el Pibe, señor invidente que ve...

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