Brasilia, el pasado del futuro

Por Josefina Barrón. Escritora y comunicadoraNada es vertical, inflexible, ni siquiera las matemáticas logran librarse del número primo, de la antifórmula, de la poesía de un dígito perdido al final de una hilera de ceros. Las verdades absolutas resultaron sinuosas. Y no fue la mentira la que dominó el mundo. Fue nada más nuestra humanidad, así de humilde, carnal y vulnerable. Fuimos dejando polvo de piel a nuestro paso, ensuciando el cristal de la historia hasta que dejó de ser translúcido y se tornó madera. Al final, somos la paradoja de nuestra propia perfección. Brasilia, viernes 30 de agosto, 11 a.m. Una ciudad que brotó aparentemente de la nada, de un páramo donde nunca es invierno, proyección de un manifiesto político, social, económico, antropológico, cultural, plástico y tan artístico que subyuga desde el aire y desde dentro. Civilización que fue futurista y trasnocha, ahora que los pobres siguen estando pobres y los ricos viven sobre el gran lago artificial. Sueño de otro sueño, está inmerso en él Le Corbusier, Dios y seguramente Marx. Proyecto bien intencionado, utopía que se volvió capital y es la medida de nuestras pequeñas existencias. Brasilia es más grande que nosotros. Pero más pequeña que una célula. Monumentalmente fría, debió ser construida en un planeta distinto, donde las matemáticas sean solo matemáticas y las curvas siempre cierren el círculo. Quizás Niemeyer, arquitecto que concibió Brasilia, estaba confabulado con esa revelación acallada: él sabía que lo absoluto de una línea recta es ilusión pura. Que las seriaciones se rompen como el corazón se detiene en un latido asincopado. Quizás por eso manipuló el concreto armado, sólido, pesado, aparentemente infranqueable, hasta hacerlo flotar en...

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