La banalidad del bien

Por AbogadoPocas cosas hablan tan bien (o tan mal) de un pueblo que lo que ocurre en un crucero peatonal. El chofer de un automóvil puede imponer el poder que le da el tamaño de su vehículo y ganar el paso. Tiene todas las de ganar frente al peatón. Pero también puede representar un modesto y pequeño éxito de la civilización. El conductor puede no solo reconocer una regla que, como la mayoría de reglas de tránsito, es fría y dice poco. Puede mostrar respeto a la humanidad renunciando al poder pasajero de sentarse detrás del volante y ganar el poder propio de hacer lo correcto.Cuando camino por las calles de un país (realmente) civilizado siempre termino sorprendido de cómo los vehículos se detienen cuando uno coloca el pie en el crucero peatonal. No puedo ocultar que me ruboriza hacer con el cuerpo el ademán de que no estoy seguro si puedo cruzar, de que dudo, mientras veo al vehículo detenerse y a los peatones locales cruzar casi sin mirar. Me siento un poco como el que va a una comida de etiqueta y no conoce las reglas de cuál es su vaso de agua, a qué lado está su plato del pan o qué cubierto toca para cada uno de los platos.En el Perú las cosas son muy distintas. Los peatones suponen, sin rubor ni vergüenza, que es a ellos a los que corresponde detenerse. Los conductores consideran el crucero peatonal como una señal para acelerar en defensa del cruce de las intenciones de un peatón ignorante de pretender ocuparlo antes.Y si algún conductor decide copiar la conducta que uno observa en Europa, Estados Unidos, Chile o Brasil y se detiene para ceder el paso, el que viene detrás toca un fuerte bocinazo para mostrar su genuina indignación con la ignorancia de quien frena, cuando no lo insulta por renunciar a lo que le corresponde a los conductores.A veces, cuando me toca conducir, me cuesta hacerle entender al peatón que le estoy cediendo el paso. Se detiene a mirar perplejo y se sorprende del acto poniendo en duda su sinceridad. Pone cara de ?¿será cierto esto?? sin entender qué está pasando. Solo luego de unos largos segundos, cuando descubre que las intenciones son sinceras...

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