Ay, pagar impuestos

Por Sandro Venturo (*)

Pagar impuestos no es agradable. No lo es cuando usted siente que entrega parte de la cosecha anual en la ventanilla del Estado. Y le resulta encima desmoralizante cuando observa cómo ese tributo se va a un fondo público que suele estar mal utilizado, cuando no dilapidado en corrupciones o frivolidades políticas.

Usted se la pasa trabajando duro sin esperar favores de nadie, sin padrinos ni mecenas. Labora asumiendo riesgos de diverso tipo. Cada centavo ganado con honradez es el símbolo de esa nueva ética del trabajo que nos enorgullece en un país donde todavía abundan los mercantilistas de derecha y de izquierda. Por eso, cuando el Estado deficiente cobra el tributo respectivo, uno se siente estafado. Lo entiendo.

El sentimiento negativo se agrava cuando usted constata que no todos cumplen con sus obligaciones ciudadanas. Acaso algunos tengan una justificación momentánea debido a la pobreza que los agobia, pero otros son sencillamente unos sinvergüenzas y otros tantos se escudan en una ideología paternalista que va detrás de becas sin mérito y subvenciones que no rinden cuentas. Entonces, ¿por qué pagar impuestos si ni bien comenzamos a reflexionar sobre el valor de la tributación la cosa pierde sentido?

Uno paga impuestos porque es la cuota del club del que somos parte. Sean buenos o malos los servicios...

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