El atlantico: ¿charco o abismo? Las relaciones entre Estados Unidos y Europa.

AutorVergara, Alberto
CargoMUNDO

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No hace falta ser un comparatista de abolengo para saber que si uno toma dos cosas cualquiera para comparar, señalará las diferencias o las similitudes según los rasgos generales de ambas. Si vivo en una barraca destartalada y mi vecino en una mansión, en lugar de señalar todas las diferencias que ya saltan a la vista será más provechoso encontrar los elementos que son comunes. Por otro lado, si ambos tenemos una mansión, trataré de encontrar el detalle que nos diferencia; a la mía le hace falta, por ejemplo, un jacuzzi tan moderno como aquel donde el vecino se sumerge cada domingo por la mañana. Enfatizo, entonces, las diferencias o las similitudes en función de un primer vistazo general.

Desde la intervención en Irak, las relaciones entre Estados Unidos y Europa parecen estar en cuidados intensivos. La aventura de Bush y compañía ha dejado las aguas del Atlántico más movidas que las del indico y los analistas se han apurado en señalar las grandes diferencias entre Europa y Estados Unidos. Dos culturas distintas. Un océano separaría dos formas de entender el mundo. Europa sería el territorio laico y democrático frente a Estados Unidos, fundamentalista e imperial. Ley frente a apetito, Rambo contra Asterix. Y el ciudadano de a pie también construye su par del otro lado del Atlántico. El europeo asume que el joven estadounidense promedio es un freak con la mochila llena de ametralladoras listo a abrir fuego contra sus compañeritos de clase, y el estadounidense se impone una visión de Europa en la que esta es una aburrida película en blanco y negro de esas que alguna vez Seinfeld dijo "oh that's eurotrash!>>. Pero la generalización que es genial en el cómico neoyorquino, es incierta y peligrosa en otros ámbitos.

En primer lugar, hay que saber a qué nos referimos cuando pensamos en Europa. La Unión Europea sigue siendo una confederación de Estados sin política exterior común, por lo que resulta difícil ampliar la política extranjera de un Estado a todo el resto. En segundo lugar, las divisiones claras y contundentes se han dado sobre un episodio concreto: la guerra en Irak. ¿Podemos, a partir de ese episodio, concluir diferencias estructurales? Tercero, ¿quién se beneficiaría con una cortina de hierro sobre el Atlántico? Por otro lado, ¿no es acaso Estados Unidos también algo menos uniforme de lo que aparece en estas divisiones? ("one nation, two cultures>>, ha escrito Gertrude Himmelfarb). Y por último, ¿no estaremos enfatizando las diferencias porque la similitudes de base son evidentes?

EL SISMO IRAQUÍ

La gran crisis de 2003 sobre la intervención en Irak opuso un eje formado por París y Berlín al de Washington-Londres. Dominique de Villepin y Joschka Fisher, ministros de Relaciones Exteriores de Francia y Alemania, se convirtieron en la oposición más firme a las pretensiones estadounidenses de invadir Irak sin la luz verde del Consejo de Seguridad de la ONU. Denunciaron con lucidez la prepotencia yanqui, advirtieron la total ausencia de pruebas respecto de las armas de destrucción masiva, señalaron los inexistentes vínculos entre Saddam y Al Qaeda, y previeron el caos generalizado tras el derrocamiento del régimen en Bagdad. El desarrollo de la intervención en Irak les ha dado la razón. Pocas veces la historia entrega estos premios de manera tan rápida.

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Multilateralismo fue la palabra más usada. Frente a las pretensiones unilaterales estadounidenses de actuar sin el consentimiento de la comunidad internacional, Francia y Alemania se hicieron los portavoces del multilateralismo. La ONU, y en particular su Consejo de Seguridad, preveían unos mecanismos para que las intervenciones militares respetaran la legalidad internacional. La guerra era injustificada en la medida en que era ilegal. Estados Unidos debía convencer a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad sobre la necesidad de la invasión (más bien difícil con la calidad de las pruebas que aportaba) y luego estos podrían aceptar la intervención, como había ocurrido en la primera guerra del golfo.

Sin embargo, aunque sus argumentos eran intachables, no es menos cierto que tal devoción por la legalidad internacional (por la ONU y su Consejo) les había parecido menos importante solo cuatro años antes frente a la intervención en Kosovo. Ante el poder de veto de China y Rusia, que nunca avalarían tal guerra, los representantes de Berlín y París no prefirieron el multilateralismo sino actuar sin el consentimiento de la ONU. Esto no implica negar el acierto franco-alemán en el caso concreto de Irak, pero sí relativizarlo como universal. Kosovo estaba a unos pocos kilómetros, la amenaza de desestabilización europea era mucho mayor que el lejano Irak. Por otro lado, Francia y Alemania se sentían (se sienten) bastante menos amenazadas que Estados Unidos. Que esta sensación sea ficticia o real, que los estadounidenses sean paranoides o los parisinos cool, es menos importante que el hecho concreto: cada quien defiende la legalidad internacional según los temores e intereses en juego en cada caso.

Entonces, la primera constatación es que la diferencia entre europeos y estadounidenses no se basa en el respeto absoluto por la ley internacional o por su desprecio general. Es muy posible que si Europa volviese a sentir una amenaza cercana y real regresaría a un multilateralismo menos inclusivo...

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