La arena más fértil

Por Josefina Barrón. Escritora y comunicadoraHace unos días recibí de manos de la Beneficencia de Lima las llaves de la Plaza de Acho. Llaves que abren la puerta, así lo siento, del corazón del Perú. Llaves del espacio-bisagra entre Lima, el mar océano y los profundos Andes, allí en el Rímac donde confluyen las Limas del este, del norte, del sur, allí se encuentran, dialogan y funden en una sola cultura, vasta, desbordada, inasible, achorada, faite y milenaria, reescrita por migrantes de todo color, condición y geografía.Acho, la arena, es entonces recinto para el violín, el charango, la guitarra, el tambor y el arpa andina, el tondero descalzo y la fastuosa marinera, para los negritos de Cutervo y los sicuris de Puno tejiendo música en el viento, para el inquieto huaylas, las morenadas, las coloridas diabladas, las sayas, los zapateos del Guayabo y los del huaino, la ternura de un yaraví desde la voz de Jaime Guardia, las comparsas, los carnavales y carnavalitos de aquí, de allá y de aun más lejos, de ese rincón que persiste en la quebrada de alguna de nuestras tantas cordilleras.Acho es un tinkuy, un encuentro de pica pica, pañuelos, jarana y castañuela, las tijeras de un niño danzaq, de un kacharpaya en los acordes de García Zárate. Acho es la voz gruesa de Polo Campos, la magia de Tito La Rosa, el pututo de Manuel Miranda, el paso de un elegante caballo al andar, las cenizas del Zambo Cavero. Acho dará la bienvenida a los cajones de los alumnos, seguidores, hijos y amigos de Rafael Santa Cruz, de Cotito, Chocolate Algendones, gran amigo y mejor maestro. Acho es arena para los ritmos negros en clave electrónica de NovaLima, para el entusiasmo de Lucho Quequezana, para la Leusemia de Daniel F, para el rock orgánico de La Sarita, para los personajes de Entes y Pésimo, para la locura pop de Cherman, para...

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