Ando volando bajo.

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Ollanta Humala está a punto de ser uno de aquellos gobernantes que una vez alcanzado el poder, cambian de posición y olvidan sus promesas durante la campaña. De Fernando Belaunde Terry se acostumbraba decir que era un gran novio y un pésimo marido. Que de candidato hablaba bonito y que de presidente hacía no más del 5% de lo ofrecido. Alan García se desenvuelve entre tanto floro que ni él mismo recuerda lo que ofreció, dijo o se comprometió a hacer, pues su noción de la política se basa en la turbulencia y no en la claridad de objetivos. Alberto Fujimori ofreció A durante la campaña e hizo B cuando alcanzó el sillón presidencial. Su actitud, sin embargo, es la que anda de moda entre nosotros: una especie de vampiro que succiona todo aquello que le resulte útil. Fujimori es una página en blanco y actúa solo en tiempo presente, computadora en mano o haciendo trazos indescifrables con un lápiz. Ollanta Humala ha cedido a la tentación de gobernar sin hacer olas, sin experimentar, sin arriesgar. La Gran Transformación implica mucho trabajo, mucha dedicación, pero sobre todo claridad de objetivos y gente capaz, muy capaz, que pueda llevarla a cabo. Y eso no existe en abundancia. Gana Perú es un conglomerado electoral sin una base común y sin lealtad hacia alguna bandera ideológica. Vivimos, más bien, un boom sibarita, pleno de sensualidad, de consumo hedonista, sobre todo en la gran capital del Perú de hoy. ¿Quién desea esa Gran Transformación? A todas luces, esa expectativa recae en las regiones más alejadas de la sierra sur, donde nada chorrea ni gotea y donde la presencia del Estado es prácticamente nula. 0 en las zonas ardientes, donde el negocio va de la mano con la ilegalidad de...

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