Mi amigo Christian

Por Enrique Planas

La primera vez que escuché su nombre apuraba una cerveza en un bar del malecón de Iquitos. Las paredes estaban cubiertas de cuadros inquietantes: imágenes nocturnas de fiestas, agarres, risas y juegos de seducción con un toque de perturbadora ambigüedad. Pieles violetas, rojas, verdes. También escenas familiares, aparentemente inocentes, pero socavadas por corrientes subterráneas cargadas de sexualidad. Al fondo del local, destacaba un trabajo de gran formato, una escena de fiesta, con gente bailando una cumbia que casi podía escucharse, parejas devorándose en sillones rosados y el despilfarro gozoso de una juventud que era la mía. Y entre todo ese movimiento, alegre y dramático a la vez, desde un rincón uno de los personajes mira al observador, como aquellos santos pintados al margen de un cuadro religioso para interpelar nuestra fe. Le pregunté a la muchacha que nos atendía si ese era el autorretrato del pintor.

?Sí, es Christian Bendayán, un pintor de por acá ?me respondió.

Han pasado 15 años desde aquel descubrimiento personal. Christian ha ido sumando a la perturbación de sus obras otras muchas emociones y también nos hemos hecho amigos. El pintor notable e imprescindible promotor cultural es también compañero de proyectos conjuntos, el esposo de la querida Lala, el papá de Nazareno, compinche de mi Joaquín. Cuando un buen amigo recibe el Premio Nacional de Cultura, uno siente que lo recibe todo su barrio generacional. El de sus...

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