Ajuste de cuentas

Por Josefina Barrón. Escritora y comunicadora

Disculpen el giro inesperado. Pretendía transportarlos hacia el esplendor de Lima durante el âboomâ del guano, hacia los tiempos de Grace y su almacén flotante frente a las islas Chincha. Pero no puedo escribir sobre el pasado cuando el presente es la mismísima presencia de la muerte. No logro estar al margen de tantas víctimas acribilladas en las calles, de los terribles videos que mis hijos miran por el televisor antes de salir al colegio; imágenes como parte de un lapo desestupidizante, de una realidad que deberán empezar a aceptar porque, vamos, es así como es Lima: sanguinolenta, fatalidad, tierra de nadie, sin ley ni garantías; azarosa ciudad donde la vida vale lo que un celular. Cómo proyectarme aquí si siento la cacha de un arma en la sien, el camino de una bala perdida en el estómago, la orfandad de otro niño en el corazón. Fue así como dos sujetos le arrancaron la vida a un mecánico con siete disparos y por error, pues pensaron que era el ex convicto Wilbur Castillo; y cómo otro asesino entró a un colegio en San Martín de Porres y le metió tres balazos a Olga Sanabria, directora y propietaria, seguramente por negarse a ceder a la extorsión. Cuántos, cuántos somos testigos y víctimas de estos desadaptados que ni siquiera alcanzaron la mayoría de edad y ya matan por plata, que deben percibir que ser cófrades de una pandilla les da aquel sentido de pertenencia que el podrido sistema nunca les brindó. Mientras el tiempo pasa y los prontuarios se engrosan, son estos sicarios como metástasis en un cuerpo que pasará a ser enfermo terminal y entonces nada más habrá que hacer que salir armados hasta los dientes, con ojos en las espaldas, sin efectivo en los bolsillos, sintiéndonos culpables de tener una empresa que rinda. Terminarán los criminales acabando con todo aquel que no...

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