Fútbol de antes y ahora

Por Jorge Barraza. ColumnistaCopa del Mundo de 1970, en México. En el Estadio Azteca, el Tri debuta igualando 0-0 con la extinguida Unión Soviética. Partido aburrido, sin llegadas. Acaso el suceso que sacó del letargo a los 107.000 espectadores fue que el defensa Gustavo Peña se convirtió en el primer jugador en recibir una tarjeta en la historia del fútbol. Hizo una falta fuerte y el alemán Kurt Tschenscher le mostró amarilla. Era el estreno absoluto del nuevo sistema de notificación de amonestaciones y expulsiones. La novedad surgió tras el escándalo desatado en el Mundial 66 cuando, en Wembley, el alemán Rudolf Kreitlein expulsó a Antonio Rattín, rebelde centrocampista argentino. Kreitlein, un modesto sastre de provincia que apenas sabía alemán, le ordenaba que se fuera. Rattín, de rústico español mezclado con lunfardo, no se iba. Comenzó una discusión interminable que derivó en bochorno. En el estadio estaba Ken Aston, réferi inglés. Volviendo a casa en su auto, Aston meditaba sobre el incidente. Paró en un semáforo, vio el cambio de luces de amarillo a rojo y pliny#8230; le cayó la ficha: ?amarillo es preventivo?, se dijo: amonestación. ?Rojo es peligro?: expulsión. Una idea sencilla, pero revolucionaria y de comprensión universal. Las tarjetas amarilla y roja son una de las mil transformaciones que ha ido experimentando el fútbol, hoy tan moderno y pródigo en recursos técnicos, desde la indumentaria y las canchas hasta la televisación de los partidos, el márketing, la preparación atlética, la ola mediática que lo envuelve, los representantes y mil extravagancias. Viene a cuento porque después de finalizada la Copa de Europa, un señor seguramente joyero grababa el nombre del Barza en la codiciada Copa, exotismo propio de nuestros días. Y la TV lo mostraba mientras, sobre el césped, los héroes azulgranas celebraban la conquista. Abidal recibió luego el trofeo con el nombre del club estampado. Actualmente, hay futbolistas con agentes de prensa, como los artistas. Antaño hubiese sido inimaginable. Hoy los cracks poseen varios autos, espectaculares y carísimos. En 1959, Garrincha ya era campeón del mundo y aún no tenía carro. Viajaba todos los días desde Pau Grande, pequeño pueblo del Interior, a Rio: 63 kms.Iba y volvía en tren a practicar con Botafogo. Cuando iban a llegar, el maquinista, que ya lo conocía y por el cariño que se le...

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