Adivina, adivinador...

Por Juan Paredes Castro. Editor central de políticaQue el ministro de Economía, Luis Miguel Castilla, se vea obligado a autorratificarse en el cargo porque al presidente Ollanta Humala no le parece necesario hacerlo públicamente no debería extrañarnos.En primer lugar, porque el nerviosismo en la banca internacional por los rumores de una posible salida de Castilla no hubiera podido resistir las acostumbradas vacilaciones de Humala ni esperar que el piloto automático nos libre de las turbulencias fiscales de Estados Unidos y Europa.En segundo lugar, porque las señales de confianza sobre economías atractivas y expectantes como la peruana necesitan de un alto nivel de predictibilidad. Y cuando esas señales se afectan, cuesta demasiado reconstruirlas. El disparo del precio del dólar el jueves pasado, el mismo día en que Castilla desmentía su alejamiento del Gobierno, demuestra la velocidad con que nuestra economía podría perder piso a causa de la escasa capacidad de construir confianza por dentro.Castilla acabó tranquilizando las aguas, rápida y oportunamente, por más que no estuviera explícitamente autorizado a hacerlo. Es más: no parece estar en el deber ni en el estilo del mandatario transmitir confianza pública directa a sus ministros. De tanto dejarlo todo a la ambigüedad de lo implícito, hasta la desconfianza resulta más explícita. Todos los ministros suelen decir que sus puestos dependen del presidente. Claro que es así. Lo que les gustaría saber a cada uno de ellos es si realmente gozan de su confianza. Por último pueden continuar en funciones o perderlas, como el ex canciller Rafael Roncagliolo, sin conocer las verdaderas razones de una cosa ni de la otra.El ejemplo señalado es válido y vigente para los demás sectores del gobierno que, comenzando por la presidencia, enfrentan el mismo problema...

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