Un castillo de naipes

Por Josefina Barrón. Escritora y comunicadora

Las cartas que escribió Humboldt durante su estadía en Lima revelan la mala impresión que se llevó el sabio alemán de nuestra ciudad, de su realidad social, su idiosincracia y atmósfera. No era como la habían descrito en Europa, suntuosa, de mujeres hermosas y fortunas inmensas. Él la describe como un castillo de naipes, pues sus gentes se habían entregado al vicio del juego de tal forma que las reuniones sociales solo terminaban cuando todos los asistentes habían derrochado su hacienda en la mesa. Como afirma el sabio alemán, no había ciudadano que no se respetara si no era jugador como los otros.

Humboldt observa una Lima de calles sucias, donde los burros yacían reventados sobre las calzadas. Era una sociedad frivolona que aburría al científico con sus alardes de rancia grandeza. Decadente hasta en la arquitectura de mansiones en las que la profusión de estilos, más que dialogar, rompían a pelear. Queda desanimado de las mujeres limeñas, porque si bien se paseaban sobre coches bellos, protagonizaban el horrendo espectáculo de chupar la raíz enrollada de la Sida fruticosa, que de lejos lucía como un hueso pero, argumentaban las limeñas, servía para limpiar los dientes.

Lima no pasaba por su mejor momento. El virreinato del Perú había perdido su poder, al igual que la nobleza colonial que la componía. Las reformas borbónicas intervinieron en la administración pública. Se crearon nuevos virreinatos, como el de Nueva Granada y el de Río de la Plata; se reorganizó la defensa militar con el establecimiento de las capitanías de Venezuela y Chile. El Callao dejó de tener el monopolio comercial. Aun más abatió a Lima el estallido de numerosas rebeliones indígenas que habían dejado una secuela de rencores y recelos en la sociedad, cosa que Humboldt respiró desde el...

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