El correcaminos

Por Ricardo Montoya. Columnista

Solo existen tres cosas seguras en la vida: la muerte, los impuestos y que el testarudo de David Ferrer va a ir por cada pelota como si lo hiciera por la salud de un familiar. Su forma de jugar al tenis es un ejemplo magnífico de lo que significa la tenacidad en un deportista. El domingo pasado ?la maquinita?, como le dicen los suyos, se ha impuesto en París. Es la primera victoria que obtiene en un Master 1000 en su carrera. Un triunfo que es clara evidencia de que su juego nunca detuvo su evolución. El título obtenido es el certificado al trabajo duro y a la mente sólida, elementos que siempre garantizan dividendos. El alicantino había perdido anteriormente tres finales en torneos de este tipo en Roma 2010 y Montecarlo 2011 contra Nadal, y en Shangái el 2011 frente a Murray, pero esta vez por fin aprovechó la oportunidad y gritó campeón junto a los Campos Elíseos derrotando a un sorprendente Jerzy Janowicz en la final. Es curioso que David siga derrumbando Goliats a estas alturas de la vida, cuando la mayoría de tenistas de su generación ya dijeron adiós, o transitan en franco declive por los courts. Roddick, Nalbandian, Ljubicic, Hewitt, Robredo o Chela andan ya de salida o seleccionando cuidadosamente los torneos que les permitan actuaciones por lo menos decorosas. Apenas Federer, con su irrepetible talento, acompaña a su coetáneo español en el competitivo circuito tenístico.

Ferrer hace rato que está subido entre los ?top 5? del deporte blanco y es muy común verlo en las instancias finales de los mejores abiertos. Cada partido que se le ve jugar, da la sensación de ser el más importante de su vida. Le pone todo lo que tiene y se ajusta con una notable habilidad a lo que se necesita hacer...

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