Carreteras de ida y vuelta.

AutorArica, Paola
CargoPADRES E HIJOS

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Nunca pude aprendar nada que se ppropusiera enseñarme. Siempre quise ser como él quería, y él quería hijos perfectos. Primero fue la gimnasia. Mi papá dedicó muchos años de su vida a ese deporte y ganó un sudamericano. En casa tenemos medallas, y mi mamá conserva un álbum de recortes del diario La Crónicos. "La gimnasia debes empezar a practicarla desde muy pequeña", dijo un día Y de pronto empezó el entrenamiento. Me hizo practicar toda clase de piruetas: el mortal, parada de manos, flig flag, bajo su supervisión claro está. Era divertido pasar tiempo juntos, jugando. Un buen día llegó la seriedad y me dijo: "Vamos al estadio". Yo tenía cinco años, no tenía ni idea de cómo era un estadio.

Entramos al Estadio Nacional y subimos a la segunda planta, donde funcionaba la Liga de Gimnasia de Lima. El piso estaba tapizado de colchonetas. Allí había por lo menos doscientos niños y niñas que hacían piruetas sin ayuda de nadie. Mi padre dijo: "A ver, practica lo que hemos ensayado".

Yo sentí mucha presión, tenía miedo de que alguno de esos niños me golpeara, estaban todos muy juntos. Lo único que atiné a hacer fue un volantín, que además me salió pésimo. Quería irme de ese lugar. El gesto de mi padre se tornó adusto. Cambiamos la colchoneta por una piscina llena de espuma, que es el relleno de las colchonetas. Yo me tiré, como quien se sumerge en una piscina, muy feliz porque quería jugar. Pero esa no era la idea que tenía mi padre sobre lo que debía hacer. Se encontró con amigos y me llevaron a una oficina, donde un señor me enseñó fotografías de él. Nunca más volvimos.

Para muchos niños, aprender a nadar era una experiencia feliz. Había la opción de tomar clases. A mi papá le gustaba la playa e íbamos seguido. No sé en qué momento empezó la tortura ni qué edad tenía, pero todos mis recuerdos de la playa son llorando a mares y haciendo pataletas porque mi papá quería meterme al agua usando la fuerza, pero no a la orilla como los demás niños que entraban de a pocos. No, yo tenía que ir donde estaban las grandes olas. El resultado fue que nunca aprendí a nadar y me muero de miedo de entrar al mar.

El tercer intento fue montar bicicleta. Pedí una como regalo de Navidad y, por supuesto, Papá Noel me la trajo pues aún era hija única y tenía todo lo que quería. Salimos al malecón para que aprendiera y no importó cuánto me gritara: no fui capaz de mantenerme en equilibrio ni diez metros de calzada. Durante mi niñez jamás pude dejar...

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