La pesadilla de Bolivar.

AutorHopenhayn, Mart
CargoPODER Y SOCIEDAD

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Hablar dehistorias personales del latinoamericanismo podría parecer un contrasentido al menos por dos razones. Primero, porque supone una perspectiva singular pero a la vez exige cierta medida de ubicuidad: el latinoamericanismo como un sentimiento o una subjetividad que va desde Tijuana hasta Ushuaia, o de Octavio Paz hasta Martínez Estrada. Segundo, porque remite una perspectiva contingente (la historia personal) a una pretensión esencialista, dado que el latinoamericanismo sugiere un ethos o un telos que subyace al áspero mapa de esta periferia.

Pero al mismo tiempo, y pese al contrasentido, el intelectual aspira a algún grado de universalidad, y por mucho tiempo el latinoamericano tuvo sus aspiraciones esencialistas para hablar de esta periferia. Entre ensayistas, estadistas, educadores y caminantes ilustrados, lo latinoamericano ha tenido su recurrencia como pregunta, pulsión y búsqueda: una identidad regional compartida, truncada por encuentros y desencuentros hacia fuera y hacia adentro, a medias originaria, a medias sincrética, y a medias como proyecto incumplido.

Esta tensión entre la dificultad de generalizar desde la perspectiva singular y la aspiración latente a hablar desde lo latinoamericano remite, en cierto modo, al itinerario de una posible historia personal del latinoamericanismo. Una historia personal que no radica tanto en un caso singular (el mío o el de cualquier otro), sino en el modo en que la reflexión social cristaliza históricamente frente a una supuesta >, que debe construir a partir de una tremenda heterogeneidad interna de ese mismo objeto, proponiendo patrones compartidos desde un cúmulo de diacronías y situaciones locales que difícilmente resultan agregables en un todo marcado por signos comunes.

Hoy día la diversificación de temas y de referentes analíticos hace pensar que > sorprende a sus estudiosos desfilando sobre el escenario de un gran teatro de máscaras (máscaras que acaban delineando o interviniendo el rostro). Los embates contra el logocentrismo en estudios culturales y de género colocan el latinoamericanismo como un concepto digno de ser deconstruido primero, y luego arrojado al tacho de las ideologías totalizadoras. La feroz pérdida de soberanía de los Estados latinoamericanos, al calor de la globalización, tiene un ácido olor a humillación donde el latinoamericanismo ya no remite a un > sino a una mueca paródica, que habla por sí mismo y frente a lo cual no queda ya mucho por desentrañar. A la luz de la profusión de literatura reciente, gran parte de la cual abjura del pasado intelectual > por ingenuo, pretencioso o ideologizante, toda historia personal del latinoamericanismo que vincule el antes con el ahora parece arbitraria.

¿Cómo hemos inventado, pues, esta universalidad e identidad latinoamericanas desde la reflexión intelectual y desde esa institución con límites tan difusos que sugiere la figura del intelectual o el cientista social? ¿Y cómo hemos renunciado a estas aspiraciones en las últimas dos décadas? De eso tratan las reflexiones siguientes.

EN BUSCA DE LA UNIVERSALIDAD

En América Latina, las banderas de la modernidad y modernización nos han acechado como un eterno retorno en la búsqueda de un universal. Desde fines del siglo XIX, y con mayor fuerza desde la segunda posguerra, este universal se presentó como la materia prima que era necesario conocer y esculpir para que la diosa razón permitiera que una vasta región regada de Estados nacionales transitara, hablando hegelianamente, desde la infancia de la historia a su condición de adulta: desde su inmediatez irreflexiva a su autoconciencia, desde su dispersión a su unidad cultural, desde su atraso económico a la conquista del desarrollo, desde su precariedad productiva a su industrialización, en fin, desde sus atavismos arcaicos a su disciplinamiento en los códigos de la modernidad.

Las banderas de la modernidad y la modernización implicaron, por mucho tiempo, que el compromiso de las emergentes ciencias sociales y de gran parte de los intelectuales estuviese del lado del cambio. La tarea era producir los conocimientos necesarios para facilitar un tránsito del saber al poder y del presente al futuro. En cuanto a lo primero, tránsito del investigador al planificador público (desarrollismo), del idéologo al partido o el Estado (marxismo), de la investigación científica a la ingeniería social (positivismo). Respecto de lo segundo (del presente al futuro), el tránsito permitiría subsumir las particularidades del subdesarrollo en la universalidad del desarrollo, las contradicciones encarnadas en dialécticas capaces de superarlas, los comportamientos afuncionales en una normatividad abstracta pero eficaz. El cambio social sería el horizonte mediante el cual la producción de saberes permitiría universalizar el bien deseado y desterrar una historia excesiva en discontinuidades y fracasos, toda vez que esos saberes fuesen apropiados por los sujetos llamados a impulsar la transformación estructural de sociedades definidas como periféricas, clasistas o disfuncionales.

Más allá de diferencias radicales en las formas de leer la realidad latinoamericana, en general puede decirse que el intelectual y el cientista social compartieron, al menos por un tiempo, la confianza en una racionalidad histórica que era preciso conocer y movilizar, desde la cual la realidad podría desmitificarse en doble sentido: como puesta en evidencia de que había que superar los resabios míticos y las cosmovisiones cerradas, para encaminarse de una vez por todas en los rumbos más secularizados del conocimiento objetivo y los valores modernos; y también la desmitificación como desenmascaramiento de las relaciones de dominio y explotación que subyacen a las sociedades latinoamericanas, pero que aparecen ocultas bajo la máscara de la ideología o poder dominantes.

Cualquiera que fuese el caso, la realidad se leyó desde sus insuficiencias dinámicas o contradicciones internas, y frente a la cual la producción intelectual se vio como portadora de las luces del conocimiento requeridas para remover la fatalidad del destino latinoamericano y poner en su lugar las correcciones que permitieran ingresar a la modernidad. No había, por supuesto, coincidencia respecto de aquello de la modernidad que constituía el futuro pleno de los latinoamericanos. Para unos podía significar...

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