Respuesta a la epístola de Manuel Atienza

AutorJuan Antonio García Amado/Manuel Atienza Rodríguez
Cargo del AutorCatedrático de Filosofía del Derecho, Universidad de Alicante
Páginas111-132
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RESPUESTA A LA EPÍSTOLA DE MANUEL ATIENZA
Juan Antonio García Amado
Querido Manuel:
También yo debo comenzar pidiéndote disculpas, y con
más motivo, por el retraso con que te respondo. Algún día
habría que cambiar este sistema de trabajo de los que en la
Universidad aún trabajan, a fin de escribir menos por encargo
y más por puro placer y de dar prioridad a la buena y amistosa
polémica teórica frente al monólogo que, tantas veces, a casi
nadie importa o, peor, ni siquiera alguien lee.
Conste por encima de todo que es un placer y un privilegio
debatir contigo y, también, con todo el grupo de excelentes
colegas y amigos iusfilósofos de Alicante. Y lo es por el buen
estilo, el rigor y la caballerosidad y por la inusual capacidad
de todos vosotros para separar la discusión doctrinal de la
consideración personal. En lo que estrictamente tiene que ver
contigo, creo que a nuestro entendimiento en la discrepancia
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JUAN ANTONIO GARCÍA AMADO
ayuda nuestra común condición de asturianos y la consiguiente
familiaridad con el manejo de la ironía, de la chanza amistosa
y punzante al tiempo.
Son tantos y tan cruciales los asuntos que en nuestro
debate van saliendo, que en modo alguno será posible que
los zanjemos aquí. Me concentraré, por tanto, en unos pocos
puntos que considero especialmente relevantes, bien por su
importancia de fondo, bien porque sirvan para explicar mejor
nuestros desacuerdos.
1. Comienzo por una cuestión muy menor, pero que me
resulta especialmente simpática. Ya en alguna ocasión me has
oído decir o me has leído que tanto tú como el estupendo grupo
alicantino sois campeones en lo que llamo el lanzamiento de
falacias. Vosotros, en lugar de decirle a un interlocutor que,
por ejemplo, estáis en desacuerdo con él en tres cosas, soléis
comenzar vuestro alegato crítico hablándole de esta guisa: has
cometido tres falacias. Retóricamente es muy efectiva esa que
podríamos llamar la falacia de las falacias, pues desconcierta
mucho más que a uno le digan falaz que el que simplemente le
manifiesten un desacuerdo o una opinión contraria a la suya.
Quien invoca la presencia de falacias en el razonamiento del
interlocutor sugiere que hay en él algo objetivamente erróneo,
tramposo incluso. Pero se acaba notando el truco.
Ni todos los errores son falacias ni todos los razonamientos
con los que se discrepa pueden ser alegremente convertidos en
portadores de falacias. No cabe aumentar ad libitum el reperto-
rio de falacias creando y trayendo a colación en cada momento
la que más convenga, como humorísticamente acabo de hacer
yo mismo al imputarte la práctica de la “falacia de las falacias”.
Por otra parte, cuando al interlocutor se le atribuyen falacias
hay que estar atento al rebote, pues la coherencia es también

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