Una reconstrucción de los hechos en Sodoma y Gomorra

AutorAlfonso García Figueroa
Páginas163-196
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VI.
Una reconstrucción de los
hechos en Sodoma y Gomorra
Mediante el argumento de la apuesta de Pascal, la creencia
en Dios se transformaba en un placebo que trataba de
apelar a nuestro propio interés y ofrecernos el más allá a buen
precio. Sin embargo, el análisis del argumento efectuado en el
capítulo anterior nos ha demostrado que la apuesta nos ofrece
la salvación del alma a cambio de vender lo mejor de ella a un
postor que no es de fiar.
Como vamos a ver a continuación, el otro argumento
consecuencialista a favor de la creencia en Dios se expresa a
través de la fórmula de Dostoiewski tantas veces repetida: “Si
Dios no existe, todo está permitido”. A diferencia de la apuesta
de Pascal, se trata de un argumento comunitarista, preventivo
y fundamentista. Es comunitarista, en el sentido de que nos
advierte de los males que la ausencia de fe en Dios puede aca-
rrear para la sociedad en su conjunto; es preventivo porque se
sitúa cronológicamente en un escenario meramente hipotético
y ucrónico al que ninguna sociedad ha llegado en estado puro;
es fundamentista porque presupone que la moralidad sólo puede
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Alfonso García Figueroa
basarse en una estructura culminada por un fundamento último
metafísico incuestionable.
Mientras Pascal nos invitaba sibilinamente a un casino,
el argumento contra dissolutos nos arrastra con brusquedad a
Sodoma y Gomorra y allí nos deja durante el tiempo suficiente
para que nos dejemos desmoralizar ante las amargas visiones que
nos depararía un mundo sin Dios. En un mundo dominado por
el ateísmo nos sentiríamos perdidos en dos sentidos distintos que
aquí convergen: nuestras vidas carecerían de guía y eso sería su
perdición. De manera similar, la ambigüedad de “desmoralizar”
es esclarecedora, pues perder la moral, significa tanto perder el
ánimo como la decencia218. Afortunadamente la reconstruc-
ción de ese orbe ateo de crímenes y barbarie seguramente no
sea justo reflejo de la naturaleza humana y este argumento
encierra por lo demás unas cuantas falacias y eso sin mencio-
nar los graves riesgos a que se exponen los usuarios durante
su manipulación dado que el argumento acaba volviéndose
tarde o temprano contra sus propios valedores. Quizá un buen
punto de partida para abundar en el origen de los problemas
de este argumento fuera subrayar la obsesión de muchos por
buscar un punto de apoyo absoluto y divino sobre el que basar
la moralidad. Esta obsesión arquimédica (algunos lo denominan
“fundamentismo”) parece un presupuesto del argumento que
ahora examinaremos a partir de una historia que bien podría
haber ocurrido.
1. EL VIAJE DE GONZÁLEZ LOBO Y EL ARGUMENTO CONTRA
DISSOLUTOS
Animado por el firme propósito de contemplar de cerca al
mismísimo Rey de España, hacia 1679 el indio González Lobo
abandonó su hogar y salvó innumerables obstáculos en su
camino hacia la metrópoli a bordo de uno de los galeones que
por entonces retornaban de América cargados de oro, oro de
218 Sobre esta ambigüedad, vid. J.L.L. aranGuren, Ética de la felicidad y
otros lenguajes, Tecnos, Madrid, 1992, p. 111.
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Una reconstrucción de los hechos en Sodoma y Gomorra
las Indias que en aquella ocasión habría de financiar las bodas
del Rey Carlos II, el hechizado. Ya en España y tras una serie
de tribulaciones minuciosamente relatadas en su diario, un
día González Lobo llegó por fin a Madrid, en cuya Corte
pudo acceder, gracias a los buenos oficios de la enana doña
Antoñita Núnez, a una pieza donde descansaba el último
Austria español.
Esa estancia es el escenario donde concluye este relato que
se dice fue juzgado por Borges como uno de los mejores cuentos
de la literatura española. Su título es “El hechizado” y su autor el
escritor Francisco Ayala. Llegados a este punto de la narración,
sería una desconsideración privar al lector de las propias palabras
con que González Lobo nos describe la escena final de su periplo:
Su Majestad —nos dice [González Lobo]— estaba sentado en
un grandísimo sillón, sobre un estrado, y apoyaba los pies en un
cojín de seda color tabaco, puesto encima de un escabel. A su
lado, reposaba un perrillo blanco.» Describe —y es asombroso
que en tan breve espacio pudiera apercibirse así de todo, y
guardarlo en el recuerdo— desde sus piernas flacas y colgantes
hasta el lacio, descolorido cabello. Nos informa de cómo el
encaje de Malinas que adornaba su pecho estaba humedecido
por las babas infatigables que fluían de sus labios; nos hace saber
que eran de plata las hebillas de sus zapatos, que su ropa era
de terciopelo negro. «El rico hábito de que Su Majestad estaba
vestido —escribe González— despedía un fuerte olor a orines;
luego he sabido la incontinencia que le aquejaba.» Con igual
simplicidad imperturbable sigue puntualizando a lo largo de tres
folios todos los detalles que retuvo su increíble memoria acerca
de la cámara, y del modo como estaba alhajada. Respecto de la
visita misma, que debiera haber sido, precisamente, lo memora-
ble para él, sólo consigna estas palabras, con las que, por cierto,
pone término a su dilatado manuscrito: «Viendo en la puerta a
un desconocido, se sobresaltó el canecillo, y Su Majestad pareció
inquietarse. Pero al divisar luego la cabeza de su Enana, que se
me adelantaba y me precedía, recuperó su actitud de sosiego.
Doña Antoñita se le acercó al oído, y le habló algunas palabras.
Su Majestad quiso mostrarme benevolencia y me dio a besar
la mano; pero antes de que alcanzara a tomársela saltó a ella
un curioso monito que alrededor andaba jugando, y distrajo su

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