El principal monumento a Pizarro todavía subsiste

AutorWilfredo Ardito Vega
Páginas232-233
EL
PRINCIPAL
MONUMENTO
A
PIZARRO
TODAVÍA
SUBSISTE
Decenas
de
veces
he
llevado
a
pasear
por
el
centro
de
Lima
a
extranjeros
y
algunos
peruanos.
Caminábamos
por
la
Alameda
Chabuca
Granda,
entre
los
asistentes
a
espectáculos
de
valses
o
huaynos
y
los
compradores
de
dulces
típicos.
Muchas
personas
contemplaban
el
cerro
San
Cristóbal
o
esperaban
ante
los
puestos
de
anticuchos.
Nosotros
pasábamos
ante
la
Casa
Aliaga,
con
su
hermoso
balcón
y
luego,
por
el
costado
del
Palacio
de
Gobierno,
seguíamos
hacia
la
Plaza
de
Armas.
Cuando
estábamos
rodeados
de
peruanos
mestizos
y
andinos
que
se
dirigían
al
Rímac,
y
mis
amigos
se
sentían
inmersos
en
el
"Perú
profundo",
en
plena
Lima,
surgía
el
monumento
a
Pizarra.
El
efecto
nunca
fallaba:
sorpresa,
desconcierto.
¿Qué
relación
podía
haber
entre
esa
estatua
y
los
peruanos
de
a
pie?
Cuando
supe
que
el
monumento
había
sido
retirado,
estaba
yo
en
Tumbes
y
lamenté
que
uno
de
los
hitos
fundamentales
de
mis
paseos
se
hubiera
perdido.
Pensé
que
el
alcalde
Luis
Castañeda
había
debido
consultar
a
los
ciudadanos,
porque
creo
que
la
partici-
pación
de
los
ciudadanos
en
la
toma
de
decisiones
es
un
principio
fundamental
de
la
democracia.
Sin
embargo,
luego
me
dije
que
un
monumento
a
Pizarra
en
la
Plaza
de
Armas
contradecía
todos
los
principios
que
el
Perú
ha
proclamado
oficialmente
desde
la
Indepen-
dencia
y
aquellos
ideales
de
quienes
luchan
por
los
derechos
huma-
nos
y
la
democracia.
Erigir
un
monumento
a
quien
encabezó
un
proceso
de
saqueo
y
genocidio
resulta
bastante
discutible.
Que
este
monumento
exista
en
el
país
donde
los
crímenes
se
cometieron
es
francamente
absurdo.
Es
difícil
señalar
una
virtud
en
Pizarra
que
justifique
semejante
reconocimiento.
¿Puede
una
sociedad
hablar
de
tolerancia,
integración
y
aceptación
mutua
y a
la
vez
rendir
homenaje
a
quien
pisoteó
todos
estos
principios?
¿Puede
plantearse
un
proyecto
común
como
país,
incluyente,
si
se
man-
tiene
en
un
lugar
central
de
la
ciudad
a
quien
precisamente
nos
convirtió
en
la
sociedad
excluyente
que
es
todavía
el
Perú
actual?
Y
sin
ir
tanto
a
temas
políticos,
podemos
plantear
simplemente
una
problemática
ética
o
penal.
¿Cómo
puede
plantearse
que
es
malo
matar
y
robar
si
al
mismo
tiempo
se
acepta
que
exista
un
monumento
a
quien
ejerció
en
abundancia
ambas
profesiones?
Pizarra
es
pre-
cursor
de
los
secuestradores
más
abyectos:
no
sólo
capturó
a
Atahualpa,
para
exigir
luego
un
valioso
rescate
por
su
libertad,
sino
que,
cuando
éste
se
obtuvo,
hizo
asesinar
a
su
víctima.
La
diferencia
fue
que
empleó
artilugios
legales
para
justificar
su
crimen,
otro
legado
que
varios
futuros
gobernantes
aprendieron.
Un
monumento
a
Pizarra
recuerda
las
estatuas
que
los
griegos
levantaban
en
honor
a
Júpiter
o
Mercurio,
seres
con
un
prontuario
de
homicidios
y
violaciones,
pero
a
los
que
se
rendía
culto
para
obtener
su
apoyo.
De
manera
similar,
algunos
peruanos
pretenden
232.
WILFREDO
ARDITO
VEGA
Profesor
de
Sociología
del
Derecho
de
la
Pontificia
Universidad
Católica
del
Perú.
Magíster
en
Derecho
Internacional
y
Derechos
Humanos
por
la
Universidad
de
Essex,
Inglaterra.
todavía
exculpar
a
los
conquistadores
de
todo
juicio
moral,
asumien-
do
que
su
fortuna
o
habilidad
militar
(incrementadas
por
los
caballos,
las
armas
de
fuego
y
la
epidemia
de
viruela)
justifican
ser
homenajea-
dos.
Es
extraño
que
el
retiro
del
monumento
haya
sido
criticado
como
una
afrenta
a
la
identidad
nacional
o,
por
lo
menos,
a
nuestro
compo-
nente
hispánico.
Llamar
a
Pizarra
genocida
no
implica
de
ninguna
manera
abominar
del
componente
hispano
de
nuestra
sociedad.
Ni
Hitler
ni
Stalin
representan
a
los
alemanes
o a
los
rusos
actuales.
Desde
la
religión
hasta
el
idioma,
los
elementos
culturales
provenien-
tes
de
España
de
los
que
podemos
enorgullecernos,
disfrutar
o
sim-
plemente
reconocer,
son
muchos
más
que
los
crímenes
que
cometió
Pizarra.
De
igual
forma,
sería
ingenuo
pretender
negar
los
aportes
de
cualquiera
de
los
componentes
de
nuestra
sociedad,
provengan
de
Andahuaylas
o
del
Ucayali,
como
de
Angola,
de
Liguria
o
de
Okinawa.
¿Por
qué
tanta
sensibilidad
por
una
estatua?
Porque,
lamenta-
blemente,
en
nuestra
sociedad
todavía
no ha
calado
la
idea
que
los
peruanos
somos
iguales
y
tenemos
los
mismos
derechos.
A
Pizarra
se
le
perdona
la
violación,
la
traición
y
la
alevosía,
porque
se
practi-
caron
frente
a
indios
y
porque
finalmente,
a
través
de
sus
crímenes,
logró
integrar
al
Perú
a
las
naciones
occidentales.
Naturalmente,
es
una
integración
relativa
y
subordinada,
pero
ese
no
es
el
punto
de
discusión,
sino
que
todavía
algunos
creen
que
puede
sacrificarse
la
vida
de
los
indios
actuales
en
aras
de
una
necesidad
colectiva.
En
tiempos
de
Fujimori
casi
trescientas
mil
muje-
res
campesinas,
en
su
abrumadora
mayoría
andinas,
fueron
esterili-
zadas
por
las
huestes
del
Ministerio
de
Salud.
Los
médicos
y
las
enfermeras
involucrados
siguen
en
sus
puestos
...
y
de
vez
en
cuan-
do
participan
en
huelgas
para
obtener
aumentos
de
sueldo.
En
tiempos
de
Belaúnde,
tres
mil
campesinos
fueron
asesinados
por
los
militares
y,
ante
las
denuncias
de
Amnistía
Internacional,
el
Presidente
declaró
que
las
arrojaba
a
la
basura.
A
pesar
de
ello,
hace
un
año
fue
enterrado
como
un
"demócrata".
Al
parecer,
matar,
esterilizar
o
saquear
es
malo,
pero
cuando
la
víctima
es
un
indio,
indígena,
cholo,
andino
o
campesino,
como
queramos
decirle,
es
menos
malo
o
excusable.
Casi
quinientos
años
después
que
Pizarra
desembarcó
en
Tum-
bes,
nuestra
sociedad
todavía
manifiesta
las
escisiones
que
generó
la
Conquista.
En
el
Perú
hay
millones
de
mestizos,
pero
todavía
no
es
un
país
mestizo.
El
color
sigue
protegiendo,
sea
a
Pizarra,
a
Belaúnde
o a
los
dueños
de
Utopía.
Y
ese
es
el
legado
que
continúa.
Es
perfectamente
coherente
mantener
la
estatua
de
Pizarra
en
la
Plaza
de
Armas,
con
la
subsistencia
de
locales
segregacionistas
en
Larca
mar,
Foro Jurídico

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