La pandemia, dos años después
Autor | Fernando Eguren |
Cargo | Presidente del CEPES |
Páginas | 3-3 |
ENERO de 2022 3
ngresamos al tercer año de pandemia. Seguramente, en marzo de 2020, en los
inicios de aquella, pocos imaginarían que casi dos años después no solo con-
tinuaría, sino que la tasa de contagios superaría la de los dos años anteriores
en muchos países, incluyendo los más ricos y desarrollados.
Ese mes de marzo tampoco nos imaginábamos el papel que jugaría la ciencia
para orientar a los gobiernos sobre qué comportamientos serían admitidos y cuáles
serían proscritos. Pero menos podíamos imaginarnos que sectores no desdeñables de
la opinión pública estarían dispuestos a rechazar la ciencia y a aceptar, movidos por
el temor y la desesperanza, informaciones falsas relativas a la enfermedad y seguir
recomendaciones surgidas del chisme, la mendacidad —incluso de profesionales de
la salud— o la búsqueda del lucro.
No estábamos preparados para comprender los nefastos efectos de la larguísima
suspensión de las clases escolares, los efectos de esta en las familias y en los niños,
particularmente en los de menos recursos, y que dos años después las autoridades
educativas aún no terminarían de entenderlo plenamente o no tendrían el coraje de
tomar las decisiones correctas.
Escapaba a nuestra imaginación el que la lucha por el poder político pudiese
desplazar en muchos momentos la imperiosa necesidad de vencer la pandemia,
sometiendo la salud pública a la ambición de mezquinos intereses y de mentes ofus-
cadas, y que los esfuerzos por enfrentarla se convirtiesen en una ocasión para la
lucha política de la que se podrían obtener pequeñas ventajas personales o de grupo.
Las esperanzas de que un nuevo gobierno pudiese volver a poner las priorida-
des en su lugar se fueron diluyendo a medida que aquel, con el paso del tiempo, fue
mostrando que no tiene las luces para hacerlo y que tampoco las tienen los que se
le oponen.
Claro está, hay que mencionar los valores que también se manifestaron en estos
dos años. Ahí están los familiares que acogieron a los centenares de miles de pa-
rientes que huyeron de las ciudades, de las que solo podrían esperar el hambre y la
indiferencia. Ahí están las mujeres que, una vez más, asumieron la responsabilidad
de asistir a los más necesitados, reviviendo los comedores populares y multiplican-
do las ollas comunes. Están, también, aquellos pedazos del Estado que nos hacen
mantener la esperanza de que no todo está perdido, de que es capaz de desplegar
iniciativas, esfuerzos y capacidades, como lo ha demostrado en la campaña para
vacunar a toda la población; y están, igualmente, los profesionales de la salud y sus
redes de asistentes, quienes lucharon denodadamente —y lo siguen haciendo— por
curar y cuidar a los enfermos, con riesgo de perder su propia salud.
Y, por supuesto, están los agricultores familiares que, a pesar de haber sido ig-
norados secularmente por las políticas públicas, han logrado mantener la producción
de alimentos y el abastecimiento de los mercados, en medio de las circunstancias
más adversas y, muchas veces, a costa de su propia descapitalización.
editorial
I
Fernando Eguren
Director de La Revista Agraria
La pandemia, dos años después
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