Una revisión del milagro asiático oriental

Hace casi dos décadas el Banco Mundial publicó su informe emblemático. EL milagro de Asia Oriental que analizaba por qué las economías de dicha región crecieron más rápidamente que los mercados emergentes de América Latina, África y otros lugares. De acuerdo con las conclusiones de dicho estudio, estas economías alcanzaron altas tasas de crecimiento mediante fundamentos adecuados, promoción de las inversiones, creación de capital humano y una apertura a las manufacturas de exportación.

Aunque no se limitaba a esos aspectos. El Banco Mundial también aceptó a regañadientes que los gobiernos intervinieron -sistemáticamente y mediante diversos canales- para impulsar el desarrollo, incluidas industrias específicas en lugares específicos en la forma de subsidios, incentivos fiscales y represión financiera.

Durante los años de las medidas de intervención, particularmente después de la crisis financiera asiática, el Consenso antintervencionista de Washington, partidario del libre mercado, perdió apoyo. Una nueva economía institucional (NIE, por sus siglas en inglés) ganó terreno y llenó el vacío que habían dejado los principales modelos, que ignoraron la importancia central de las instituciones para gestionar el cambio y la incertidumbre que afectan la asignación de recursos y la elecciones sociales. En efecto, ante la gran recesión y crisis europea de deuda actuales, la pregunta pendiente es cuál es el papel del Estado en la promoción del desarrollo y el crecimiento.

El colapso de las economías planificadas del ex bloque soviético fue el que estimuló la arrogancia del libre mercado y el reconocimiento de que las instituciones sí importan. No obstante, lo que hizo que fuera necesario un examen revisionista del capitalismo controlado por el Estado fue la capacidad de China de mantener un rápido crecimiento económico durante tres décadas.

El Premio Nobel de Economía, Douglass North, señaló – que la sociedad humana creó instituciones para abordar la asimetría en la información, pero sus creaciones inmediatamente originaban el problema de cómo obligarlas a cumplir los objetivos para las que fueron creadas. En 2000, Oliver E. Williamson concibió una clasificación de cuatro niveles para el análisis social de las instituciones –instituciones informales, costumbres, tradiciones, normas y religión; instituciones formales cuyas normas regían los derechos de propiedad, el orden social, el poder judicial y la burocracia; estructuras para la gobernanza y su...

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