La memoria de la ciudad no se desploma

Por Enrique PlanasJuan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, había llegado a Nueva España como el undécimo virrey. Poco más de un año después, una inundación asoló la actual Ciudad de México. En agosto de 1604, fue tal la devastación que tuvo que mudar temporalmente su administración al cercano pueblo de Tacubaya, para planificar desde allí la reconstrucción de la capital. La del marqués fue una experiencia en desastres que aplicaría nuevamente al asumir la gestión del Virreinato del Perú, donde llegó a fines de 1607. Poco después desarrollaría proyectos urgentes: tras levantar el primer censo en Lima, construyó la Alameda de los Descalzos y el puente de piedra sobre el río Rímac, que amenazaba permanentemente a la ciudad con sus desbordes. Un puente anterior, construido por el virrey Marqués de Cañete hacia la mitad del siglo XVI, había sido destruido por una crecida del Rímac en 1597. Fue el alcalde don José de Ribera quien firmó contrato con Juan del Corral, maestro mayor de reales fábricas y azulejero notable, para encargarse de la construcción del puente a cambio de 700 mil pesos. Y lo hizo siguiendo un estilo gótico-isabelino, utilizado en monasterios y catedrales, con piedras de mampostería traídas de las canteras de Surco. En su diseño, contrafuertes adiamantados parten las aguas del río y contrafuertes circulares las despiden. Sobre estos, parapetos separaban a peatones de caballos y carruajes. Tras dos años de construcción, la obra fue inaugurada por el visionario virrey. El puente de piedra, o puente Trujillo, unía entonces la Lima amurallada con el arrabal de San Lázaro (actual Rímac), asentamiento de indios camaroneros. Asimismo, facilitó el acceso a la Alameda de los Descalzos y a la Pampa de Amancaes, dos populares espacios públicos de la sociedad colonial. En su testamento, don Juan del Corral adelantaba que la duración del puente superaría los 30 años. Felizmente, fue el único cálculo en el que falló por un amplio margen.?Puentes, los de mis...

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