La manía social del crimen y el castigo

AutorGino Ríos Patio
Cargo del AutorAbogado. Doctor en Derecho
Páginas41-73
significado y relacionarnos con el mundo en el que vivimos, se situaría más allá de la visión
oficial del castigo que encarna la cultura penal, la cual genera en la población determinadas
emociones con las que asimilamos el discurso penal y la retórica política y comunicacional
de los mass media.
Precisamente, esas emociones hacen que la opinión pública clame hoy en día por la pena de
muerte ante delitos graves que afectan particularmente la sensibilidad social, tales como la
violación sexual contra menores de edad, entre otros. Se trata de pulsiones hábilmente
exacerbadas por algunos dirigentes políticos, medios de comunicación u opinantes ad hoc,
con lo cual buscan gatillar la impotencia de la sociedad frente a la violencia e inseguridad,
aunque solo consigan desnudar la ineficacia del sistema penal; la exclusión de la sociedad
misma de la toma de decisiones frente al problema de la criminalidad, la que se deja solo en
manos del gobierno; y la ausencia absoluta de una política criminológica.
A este respecto, cabe preguntarnos ¿Por qué la ejecución pública o la tortura nos parecía
antes normal y hoy nos parece cruel o inhumano? ¿Así nos parecerá en un futuro la cárcel,
que hoy aceptamos con toda normalidad, pese al sub mundo que constituye? La supuesta
normalidad es siempre provisional.
El castigo, entonces, que se aplica por el mero hecho de reprimir y causar dolor, es un
fracaso que la realidad nos muestra frontalmente, lo cual nos lleva a considerar que el efecto
preventivo general o especial que se busca con el castigo, hay que buscarlo fuera del espacio
penal, como también, lógicamente, la inducción al crimen.
El castigo, que aparece ante nosotros como expresión de una guerra civil pequeña del Estado
contra los ciudadanos, pone de manifiesto una sociedad encerrada en una lucha consigo
misma, frente a lo cual es mejor siempre deliberar para evitarlo.
CAPÍTULO II
LA MANÍA SOCIAL DEL CRIMEN Y EL CASTIGO
He llegado a pensar que la violencia es una manía que se perpetúa a sí
misma, el poder de los agresivos contra los más débiles.
Los amigos me preguntan cómo puedo soportar el trabajo que hago.
La respuesta es sencilla. Estoy decidida a destruir
a los maníacos antes de que destruyan a más inocentes.
Kathy Reichs
Introducción
Del griego antiguo μανία maníā, que significa locura, demencia o estado de furor, la manía
viene a ser un trastorno mental consistente en una elevación anómala del estado anímico. En
tal sentido, forma parte de los trastornos del ánimo y constituye una de las fases del llamado
trastorno bipolar.
Es importante no confundir un estado maníaco con algunos rasgos obsesionales, como la
obsesión por la limpieza y el orden por ejemplo.
Psicológicamente, la manía puede ser considerada como una depresión invertida, en el
sentido de una aceleración e intensificación de los pensamientos y de las emociones, en
donde todo es más fuerte, más vivo, más intenso, incluyendo el dolor moral o la tristeza.
Los síntomas más típicos de la manía suelen ser:
Excitación y exaltación, sentidas como presiones internas.
Irritabilidad, mayor reactividad y tendencia a ponerse fácilmente colérico.
Actividad sin reposo, agitación improductiva.
Disminución del pudor, pérdida de inhibición, teniendo en cuenta que la persona en
estado normal no habría deseado tener ese tipo de comportamiento. Aceleración del
pensamiento: nuevos y numerosos pensamientos pasan por la mente de la persona sin
que ésta pueda detenerlos.
Dificultad para concentrarse, fácil distracción.
Trastornos del curso del pensamiento o digresiones múltiples, pérdida del hilo de la
conversación.
Logorrea: habla abundante, acelerada e imparable, siendo esto el reflejo de la
aceleración del pensamiento.
Disminución de la necesidad de dormir sin que la persona sienta la fatiga asociada a
esa falta de reposo. Esta falta de sueño es a menudo uno de los primeros signos de un
episodio maníaco.
Labilidad emocional: pasar de la risa a las lágrimas con mucha facilidad.
En el transcurso de una manía o un delirio de grandeza, el enfermo puede envolverse en
asuntos que pueden tener consecuencias muy graves para las personas concernidas o él
mismo.
El maníaco toma conciencia de las consecuencias sociales, así como del sufrimiento de sus
familiares y amigos, cuando la manía empieza a disminuir. Es muy probable también que
sentimientos de vergüenza y culpabilidad sigan estos episodios. Mientras trascurren, los
familiares no pueden impedir la acción del enfermo, ya que éste no se deja frenar ni
aleccionar.
Basado en estas premisas, planteo que nuestra sociedad atraviesa por una manía delictiva a
juzgar por los altos índices de criminalidad; los cambios cualitativos de frecuencia y
distribución de delitos; los esquemas de represión del delito; y la calidad de vida de los
diversos sectores sociales que se viene registrando desde hace años.
La observación directa de la realidad, pone de manifiesto que no hay un cambio de la actitud
social frente al delito. Por tanto, la respuesta política sigue siendo la misma.
El Estado sigue inoperante en brindar seguridad integral a la población y las agencias
penales siguen siendo inefectivas e ineficaces en la lucha contra la criminalidad; lo cual ha
llevado a los actores privados a generar nuevos controles sociales.
Por ejemplo, se han desarrollado desde las organizaciones privadas, un catálogo de medidas
que van desde formas particulares de vigilancia hasta la construcción de espacios ultra
cerrados, todo lo cual ha hecho de la seguridad una parte fundamental y obviamente onerosa
del funcionamiento de las instituciones privadas, con la finalidad de limitar las
oportunidades para delinquir, desde adentro y afuera, así como para controlar y reducir
daños.

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