José Antonio Encinas

Páginas182-183
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JOSÉ ANTONIO ENCINAS
(Puno, 1888 - Lima, 1958)
NO HAY PAÍS QUE HAYA HECHOS PROGRESOS en el conjunto de su sociedad, sin una
previa revolución educativa. Si Suiza produjo un Pestalozzi e Italia alumbró un
Montessori, el Perú nos dio a José Antonio Encinas. Todos ellos pedagogos, pero
ninguno en un medio tan hostil, como el peruano. Encinas fue maestro rural,
semejante a un gladiador que lucha contra el imperio de la ignorancia arraigada.
Nació a orillas del lago Titicaca, desde sus años infantiles convivió con la
naturaleza serrana en la cual hizo sus primeras travesuras. Fue uno de los
privilegiados al ingresar a estudiar al Colegio Nacional «San Carlos», la mayoría de
sus coetáneos no podían acceder a sus aulas por no hablar la lengua de los mistis: el
castellano. En Puno el 90% de la población era analfabeta.
En 1905 dejó su tierra natal para emigrar a Lima, encontrando un ambiente
académico ganado por el profesionalismo, cuya máxima expresión era ser médico,
economista o abogado; José Antonio optó por una carrera con poco porvenir: el
magisterio.
Ingresó a la Escuela Normal, tan pronto se graduó retornó a Puno a ejercer
su noble profesión; en un medio hostil donde era una anatema tratar de liberar a los
campesinos de su secular dominación: la ignorancia. El sistema educativo se imponía
con el látigo, para despojar al educando de sus valores ancestrales. Encinas desterró
este cruel método.
Fue testigo de los abusos del gamonalismo y los excesos de los tinterillos,
que lucraban de los despojos a las comunidades indígenas. Buscó aliviar los
padecimientos de sus paisanos, prosiguió sus estudios en Lima, graduándose en
Letras y Jurisprudencia con las tesis «Causas de la Criminalidad Indígena» (1917) y
«Contribución a una Legislación Tutelar Indígena» (1918).
Con entusiasmo participó de la caída de la estancada «República
Aristocrática» (1895 - 1919), el auge del leguiísmo y su promesa de una «Patria
nueva». Se incorporó al Parlamento como diputado por Puno (1919 - 1923), apoyó
las reformas constitucionales y la necesidad de reestructurar el Estado. Sin embargo,
no se dejó cautivar por los afanes reeleccionistas de Leguía, por lo que sufrió,
posteriormente, persecución y destierro.
Se exilió en Centroamérica, de allí se trasladó a Europa, para proseguir
estudios en la Universidad de Cambridge, Bolonia, Padua y París.
Tras la caída del «oncenio» de Leguía, retornó al Perú, para ser ungido por el
movimiento de Reforma Universitaria como Rector de San Marcos (1931), aplicando
en forma novedosa el cogobierno entre profesores y estudiantes. Este proyecto
reformista se truncó al ser recesada la antigua universidad al año siguiente.

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