La fiestainsólita

Por gustavoRodríguez

La semana pasada asistí junto a 600 personas a una fiesta en pleno confinamiento. La invitación me había llegado por las redes del podcast Radio Ambulante con motivo de su octavo aniversario y terminó siendo lo que se anticipaba: una manera prácticamente distópica de perderse entre la multitud y el bullicio. Entre los recuerdos colectivos que sobrevivirán a esta pandemia, intuyo que el de nuestros rostros en cuadrículas será uno de los más presentes y el de esta fiesta, para mí, perdurará como una versión con esteroides: un Zoom con boom. Los disc jockeys rompieron fuegos con ritmos latinos, el rock hizo luego una breve incursión ?nunca había visto a tanta gente bailar con Los Saicos? y también ladró el reguetón. Con mi cerveza en la mano y el cuerpo en trance, mi vista alternó entre la cuadrícula de rostros pequeños y el recuadro más grande donde rotaban en primer plano los asistentes: conocí multitud de salas, terrazas, patios y dormitorios en los que asistentes de toda América y otras latitudes bailaban, cantaban, brindaban, agitaban las banderas de sus países, mostraban cartulinas escritas y brincaban con hijos y mascotas mientras que en el chat el jolgorio se hacía verbo con mensajes escritos que uno imaginaba con sus acentos respectivos.Es curioso cómo los rituales del mundo real encuentran su cauce en el digital: ni bien ingresé a la fiesta me puse a buscar a mi novia entre la gente, como quien se apretuja a la espera de atisbar ese pelo que tan bien se conoce pero, aunque no la encontré ?tenía su cámara apagada?, me dio gusto toparme con algunos amigos y encontrarlos sanos y expectantes como yo.El pico...

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