Derecho y Literatura: aspectos teóricos

AutorLorenzo Zolezzi Ibárcena
CargoDoctor en Derecho
Páginas379-409

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I Introducción

Derecho y Literatura

es hoy día un curso que se ha hecho de un lugar en el plan de estudios de acreditadas Facultades de Derecho en todo el mundo, aunque más específicamente en los países del sistema anglosajón. Algunas cifras de enero de 2013 nos pueden dar una indicación del creciente interés de esta asociación entre dos grandes ramas del saber y de la civilización. En Google se encuentran 142 millones de sitios web dedicados al tema, Google books nos conduce a 361 000 títulos y el catálogo en línea de la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos muestra 3644 títulos. En nuestro país, he consultado los catálogos en línea de las dos principales Facultades de Derecho, siendo la Pontificia Universidad Católica del Perú la que lidera con 62 títulos. Algunos autores se refieren, en términos más amplios, a un «movimiento» sobre derecho y literatura, en vista de que no existen tantos cursos en las universidades del mundo que expliquen la gran cantidad de publicaciones, foros y debates sobre el tema.

La perspectiva del presente ensayo es la de un profesor de Derecho, que durante muchos años —que el primero de abril de 2013 serán 46—se ha preocupado por la enseñanza del Derecho y por la relación entre «este Derecho» y otras disciplinas. La pregunta que yo me hago es la siguiente: ¿de qué manera puede contribuir a la formación de un abogado el que se interese por la Literatura, por leer diversos géneros literarios, a la vez que trabaja cotidianamente con las herramientas propias del Derecho? Pero más específicamente, ¿en qué forma «Derecho y Literatura», articulados en una asignatura específica, pueden ayudar al estudiante de Derecho en su etapa formativa, cuando todavía es alumno?

En las décadas del sesenta y setenta del siglo XX, entró, con igual o mayor impulso, la Sociología en los estudios de Derecho1. Varias razones determinaron esta situación. En primer lugar, la Sociología adquiría por esos años carta de ciudadanía como disciplina rigurosa y dejó de ser un curso que se impartía como cultura general en algunas facultades, para desplegarse en una serie de materias articuladas que dieron lugar al nacimiento de las facultades de Sociología o de Ciencias Sociales. La producción intelectual fue enorme. En segundo lugar, las facultades de Derecho de muchos países empezaron a modernizarse y a querer adaptarse a los tiempos que corrían. Y en tercer lugar, que quizás fue lo más importante, los científicos sociales y los juristas empezaron a preguntarse si el Derecho podía ser un factor de cambio social o si era más bien un obstáculo al cambio social2. Y los que se decantaban por

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la posición afirmativa, se preguntaban, a su vez, si el Derecho podía impulsar cambios radicales o si su vocación era más bien la de impulsar cambios pequeños, pero acumulativos3. Simultáneamente aparecieron los cursos de Antropología Jurídica, una de cuyos adalides en esa época era la profesora norteamericana de la Universidad de Berkeley, Laura Nader4. Interesarse por la Antropología Jurídica tenía y tiene mucho sentido en países con pueblos indígenas, que naturalmente poseen sus propios usos y costumbres, un verdadero derecho consuetudinario al decir de algunos, pero que sin embargo están regidos por un derecho nacional unitario, que ni siquiera conocen y que en muchos casos ha sido una causa más de bien de perjuicio para su forma de vida y sus intereses.

Después de que cursos como los de Sociología del Derecho y Antropología Jurídica fueron aceptados y adoptados como parte de la formación universitaria de un abogado, irrumpió con mucha fuerza un movimiento parecido al de «Derecho y Literatura», que fue «Law and Economics», «Derecho y Economía». Este movimiento empezó a preocuparse por el impacto que podría tener en la economía una ley determinada o una institución jurídica en especial, y así, yendo de lo menor a lo mayor, una rama del Derecho o una concepción o teoría contenidas, incluso, en la Constitución. «Derecho y Economía» también halló su sitio en los planes de estudio, y hoy no existe una Facultad de Derecho que se precie de ser moderna y buena, que no incluya uno o más cursos sobre Derecho y Economía.

Existe, sin embargo, una gran diferencia entre la sociología, la antropología y la economía en su relación con el derecho, y la relación que pudiera haber entre la literatura y el derecho. Mientras que las tres primeras son disciplinas rigurosas que tratan con hechos, inclusive mensurables, como ocurre con la Economía, o con las investigaciones empíricas de la Sociología, la Literatura es una disciplina que surge de la imaginación del escritor, y que trata de fantasías y de hechos inventados. ¿Cómo, entonces, puede venir en auxilio de la formación del abogado?

II El tema del lenguaje
II 1. La visión más cautelosa
  1. Dentro de lo que hemos dado en llamar «la visión más cautelosa», se considera que la Literatura puede aportar al estudiante la habilidad para escribir bien y para hablar bien. Leonora Ledwon nos refiere que un socio de un gran estudio de abogados de Atlanta le manifestó que un

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    egresado de una Facultad de Derecho que no sabe escribir bien no tiene ningún futuro en la profesión5.

    Este requerimiento se hace mucho más necesario hoy día, cuando los jóvenes —y los no tan jóvenes (gente entre los fines de los veinte años y principio de los treinta)— están suscritos a juegos internacionales de video y pasan horas jugando y alternando con amigos que están simultáneamente en distintos países. Todos ellos enganchados a un complejo juego por el que no solamente pagan para iniciarse, sino también para avanzar a niveles más elevados del juego, o para superar un obstáculo que aparentemente no hay forma de vencer como no sea adquiriendo un arma o una estrategia diseñada específicamente para ese propósito. Pagan con su tarjeta de crédito a través de su teléfono celular. Y cuando no están jugando en su computadora o en su laptop, están enganchados a otros artilugios de esta época, como son los teléfonos inteligentes (smartphones) o las tablets, desde donde se relacionan con sus amigos a través del Facebook, que viene a ser como una especie de «barrio virtual», se enteran de lo que opinan los formadores de opinión, o de las noticias, o del estado del tráfico, a través del Twitter, ensayan y practican otros juegos, o se relacionan, en general, con el mundo que los rodea. No hay tiempo para leer, muy pocos lo hacen, y de ello podemos dar fe todos los profesores cuando tenemos que calificar trabajos escritos, donde la redacción y el estilo son deplorables. Contribuye a esto una costumbre adoptada por muchos profesores, que yo no apruebo, de hacer todas sus clases con power point. Después de cada sesión entregan a los alumnos las presentaciones impresas, alejándolos no solo del libro, sino de la habilidad de formarse en un ambiente discursivo, especialmente útil para quien desea ser abogado, en el cual el alumno debe aprender a escuchar, a seleccionar lo que es relevante y lo que no lo es, a preguntar, a apuntar en su cuaderno lo pertinente y a estudiar de aquellos apuntes y de un buen número de libros que los aclaren, complementen y pongan en contexto. Si queremos imaginar una situación totalmente reñida con el auténtico quehacer universitario pensemos en el siguiente escenario: las presentaciones son hechas por los asistentes del profesor, limitándose este a leerlas en clase, conforme las va pasando, y los alumnos consultan para los controles o exámenes únicamente las versiones impresas de dichas presentaciones. Debe haber más de un caso que coincide con esta descripción.

    Hace algunos años, cuando hacían furor en el mundo las tres voluminosas novelas del prematuramente desaparecido novelista sueco Stieg Larsson (conocidas como la trilogía de Millennium), uno de cuyos volúmenes fue uno de los libros más vendido del mundo el año de su publicación,

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    me interesé por saber qué novela había ocupado el primer puesto. El primer puesto correspondió a una de las novelas de Khaled Hosseini, escritor afghano y médico de profesión, autor de Cometas en el Cielo y Mil Soles Espléndidos. Pues resulta que pregunté a mis alumnos, estudiantes del primer año de Derecho, pero de tercer año de Universidad (porque en la PUCP, donde enseño, para llegar al primero de Derecho hay que haber cursado previamente dos años de Estudios Generales Letras), pregunté —repito— si habían leído las novelas de Larsson o de Hosseini, y resultó que nadie conocía a dichos autores, y nadie, en ese momento, estaba leyendo ninguna obra de literatura.

    De manera que resulta absolutamente imperioso poner a leer a los estudiantes. Pero si se trata tan solo de eso, de que lean para que mejoren su habilidad estilística y de redacción, da lo mismo que lean cualquier libro, con tal que sea una obra de calidad. No hace falta que lean un libro que haga referencia al mundo del Derecho. Si pudieran leer los libros que suelen coincidir en las listas de los mejores libros, que regularmente sacan a la luz instituciones, revistas o personas, podrían mejorar ostensiblemente su redacción y estilo6. Sobre las ventajas, en general, de leer literatura, encuentro sumamente interesante el siguiente pasaje de Robert Alter, citado por Posner:

    ¿Por qué leemos literatura? Podríamos leerla para mejorar nuestras habilidades de lectura estudiando textos que son difíciles debido a la distancia cultural o la densidad o complejidad de la escritura. La Literatura enrola (y, agregaría, estimula y ejercita) muchas de nuestras facultades más complejas de percepción, nuestro matizado conocimiento del lenguaje, gente, instituciones sociales, política, historia, moralidad; nuestra habilidad...

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