Cosas de fumadores

Por guillermo niño de guzmán

Como saben sus lectores, uno de los grandes placeres de Julio Ramón Ribeyro era fumar cigarrillos. Este hábito se remontaba a su adolescencia y, por lo que recuerdo, en sus inicios tuvo mucho que ver en ello la imagen que proyectaban ciertos héroes cinematográficos. Le encantaba el cine negro y, junto con Juan Antonio, su querido hermano y compinche de aventuras, admiraba a Humphrey Bogart. De ahí que ambos imitaran sus gestos de hombre duro y curtido por la noche, en particular su estilo de fumar. Así llegaron a desarrollar habilidades como la de hablar sin retirar el cigarrillo encendido de los labios, algo que no es tan fácil como parece y suele ocasionar ahogos a los incautos.A Ribeyro no le convenía fumar. Hacia los cuarenta años había padecido un cáncer de estómago muy grave que requirió delicadas intervenciones quirúrgicas. Tenía escasas posibilidades de salir adelante. Su estado empeoró en la fase posoperatoria y acabó confinado en una sala que albergaba a los pacientes prácticamente irrecuperables. El escritor estaba consciente y advirtió que solo aquellos enfermos que mostraban algún indicio de recuperación eran trasladados a otra sala en la que se multiplicaban los esfuerzos por lograr su curación. ¿Qué podía hacer para que lo reubicaran allí? Por desgracia, había bajado mucho de peso y no aparentaba ninguna mejoría. Pero Julio Ramón se resistía a darse por vencido y se las ingenió para urdir una estratagema providencial. Comenzó a birlar los cubiertos de metal que le ponían con las comidas. A la mañana siguiente, los ocultaba en los bolsillos de su bata antes de que el equipo médico lo hiciera subir a la balanza para el control de rigor. En consecuencia, su peso fue aumentando y no tardó en ser llevado al otro pabellón, donde, pese a los malos pronósticos, conseguiría salvarse.Después de su asombroso restablecimiento, dada la fragilidad de su salud, el tabaco estaba contraindicado. Empero, al cabo de un tiempo, no pudo con su genio y reincidió. El cigarrillo era una excelente compañía para un hombre tímido y solitario como él. Asimismo, su adicción había generado otro hábito: no podía escribir sin fumar (costumbre que seguramente arrastraba desde su paso por la France Presse; por entonces, los reporteros y sus sempiternos cigarrillos eran elementos indesligables de una sala de redacción). Su inspiración fluía al compás de las volutas azules de humo que escapaban de su boca y se difuminaban en el...

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