Colgados de un tubo.

AutorMelo, S
CargoLIMA, HORA CERO

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

¿Quién podrá desatar el nudo del transporte público limeño? Hay muchos intereses en juego: unos desean acabar con las combis, otros temen perder su trabajo. Esa es la tarea más urgente que le espera a quien ocupe la alcaldía. Mientras la solución espera, seguimos apretados en la misma combi, unos en el timón, otros como sufridos pasajeros.

De los cinco pasajeros sentados en la combi, tres llaman por teléfono. Una mujer de pelo rojo habla con su jefa disculpándose porque está atrasada. Un joven de gorro azul queda con su amigo para salir por la noche y un hombre de chaqueta, a juzgar por el sólido timbre de voz, está haciendo el negocio de su vida. Jhony gira el timón a la derecha para dejar subir a una señora y su niño. Al niño lo sube Norbil, el cobrador, sin que la señora le agradezca.

La combi no está llena todavía y hay que buscar pasajeros. Si no hay pasajeros, no hay sueldo. A dos metros de la combi inmovilizada por el semáforo rojo, Norbil sigue repitiendo como un loro ¡Todo Universitaria!, ¡Kilómetro 22!, mientras Jhony busca con los ojos a los policías escondidos en el cruce de Universitaria con Venezuela. Norbil sube, y en cuclillas y encorvado cierra la puerta lateral y abre la ventana, sacando la cabeza al viento.

Al lado, en primera fila, otra combi de la misma línea espera que el semáforo cambie a verde como si fueran dos autos de fórmula uno peleando por un premio. Los dos choferes se saludan antes de la partida. Jhony arranca la combi del 95, "no tan vieja como muchas que circulan por ahí", dice, y corretea a la que tiene adelante, que le está robando pasajeros.

Al contrario del "correteo", una de las tácticas más peligrosas de manejo, la otra forma de buscar pasajeros es "chantarse", que no es más que quedarse parado varios minutos en un semáforo, ignorando el cambio de luz.

Jhony Carrasco, cuarenta años y padre de Alondra, una niña de once, mientras se chanta, ve la ciudad de Lima a través de un vidrio empañado por la garúa y los gases contaminantes del diesel que tanquean los 850 000 vehículos que circulan a diario por Lima Metropolitana. Así pasa Jhony cinco días y medio por semana, trece horas al día, en total ciento cincuenta días al año sentado al timón de una combi diseñada para catorce pasajeros pero que puede llevar hasta veintiocho.

Los primeros cuatro años de su vida los pasó en Lima, donde nació. Se fue a Cañete a vivir con sus padres, donde trabajó en la chacra. Así se acostumbró desde muy pequeño a las largas jornadas, ya que después del colegio lo esperaba el trabajo en el campo. Antes de manejar la combi trabajó como vigilante en una mina.

Jhony dejó a su familia en Cañete y regresó a la capital para trabajar como chofer porque no encontraba trabajo con su licencia AII. "Cuando llegué aquí no me acostumbraba, quería regresar a mi ciudad". Sin embargo se quedó, y este año es el último de cuatro manejando la combi de su tío. El 2011 regresará a Cañete, se comprará su combi con la ayuda de su suegra que está en Estados Unidos y empezará a pagar un seguro privado de salud.

Mientras tanto, Jhony sigue formando, con Norbil, el cuarto y último eslabón de una cadena que representa el transporte público. El primero y más resplandeciente es la Municipalidad de Lima, que vende la ruta a las empresas de transporte, el segundo eslabón son las empresas. La combi se la alquila su tío Mauro, que es el tercer eslabón.

Las normas para trabajar la combi las estipula la empresa que concesiona la ruta. Es decir, Jhony no tiene ningún tipo de vínculo contractual con la empresa a la que paga diariamente siete soles de cuota por usar la ruta.

AVANZAR PARA ATRÁS

Treinta y cinco mil combis y coaster circulan las 519 rutas de transporte urbano que están autorizadas en Lima, sin olvidar los más de 220 000 taxis que usan su claxon para llamar pasajeros. Un número muy elevado si comparamos con los 25 000 taxis que circulan en São Paulo, una metrópoli de 20 millones, más del doble de habitantes de Lima.

Estas son cifras de una ciudad donde son escasas las señales de tránsito, donde los rompe muelles no impiden el exceso de velocidad, donde se estima que por cada 1000 habitantes circulan 50 vehículos. Sin embargo, a pesar de ser este uno de los índices más bajos del mundo, de acuerdo con informes de la Policía Nacional del Perú, cada 24 horas mueren 10 personas por accidentes de tránsito. La liberalización del transporte urbano en julio de 1991, durante el gobierno de Fujimori, desencadenó un sistema caótico y desordenado en el que cada pasajero de una flota obsoleta de vehículos privados de transporte vale...

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