El Casino de Pascal y el dictamen de ludópatas anónimos

AutorAlfonso García Figueroa
Páginas123-162
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V.
El Casino de Pascal y el dictamen
de ludópatas anónimos
En sus Pensamientos Pascal se plantea la creencia en Dios
como una apuesta. Podemos apostar en ese casino interior
por creer o bien en la existencia de Dios o bien en su inexis-
tencia. Si apostamos por Dios, entonces se abren dos posibles
escenarios: Que Dios exista y premie nuestra fe con el paraíso
eterno o bien que Dios no exista y en tal caso, nada sucederá.
Si apostamos que Dios no existe, entonces se abren nueva-
mente dos posibles escenarios: que Dios exista y nos condene
al infierno eterno por nuestra falta de piedad o bien que Dios
no exista y en tal caso nada sucederá:
Creencias/Realidades Dios existe Dios no existe
Creo en Dios Paraíso Sin coste
No Creo en Dios Infierno Sin coste
Parece claro, pues, que creer en Dios resulta rentable y desde
este punto de vista la conclusión de Pascal parece inapelable:
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Alfonso García Figueroa
“Si ganáis, lo ganáis todo; si perdéis, no perdéis nada. Apostad,
pues, sin vacilar que Dios existe”166.
Los matemáticos han reformulado la apuesta de Pascal
acudiendo a la noción de valor esperado. El matemático ateo
John Allen Paulos nos lo explica así:
El valor medio o esperado de una magnitud es la suma de los
valores que podría tomar multiplicados por sus probabilidades
respectivas. Imaginemos, por ejemplo, una lotería especialmente
dadivosa que ofrece un 99% de posibilidades de ganar 100 dó-
lares y un 1% de posibilidades de ganar 50.000 dólares. En este
caso, la ganancia esperada sería (0,99 x 100) + (0,01 x 50.000)
= 599 dólares167.
En relación con la apuesta de Pascal, la conclusión de
Paulos parece razonable:
Si multiplicamos cualquier valor numérico enorme que asig-
nemos al beneficio de una felicidad celestial eterna por una
probabilidad incluso ínfima, el valor resultante se impone sobre
cualquier otro factor, y la prudencia dicta que deberíamos creer
(o al menos intentarlo con todo nuestro empeño)168.
Merced a esta maniobra matemática, Pascal se está ase-
gurando de que el apostador coloque sus fichas sobre la casilla
de Dios. De ahí la perplejidad de cualquier librepensador
razonable. Para éste, lo único que efectivamente cuenta es
nuestra vida actual. Mas, a pesar de que la existencia de una
vida ultraterrena como la que suelen prometer la mayor parte
de las religiones parece algo verdaderamente improbable, no es
imposible. Precisamente por esa razón, desde el momento en
que la probabilidad de esa vida ultraterrena no sea cero, Dios
gana la apuesta abrumadoramente porque una probabilidad
166 B. PasCal, Pensamientos (1670), ed. de C. Pujol, Planeta, Barcelona,
1986, § 451, p. 115 (original: «Si vous gagnez, vous gagnez tout; si vous
perdez, vous ne perdez rien. Gagez donc qu’il [Dieu] est, sans hésiter»).
167 J. A. Paulos, Elogio de la irreligión. Un matemático explica por qué los
argumentos a favor de la existencia de Dios, sencillamente, no se sostienen,
trad. A. García Leal, Tusquets, Barcelona, 2009, p.146.
168 Ibid.
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infinitesimal multiplicada por la inimaginablemente enorme
magnitud de lo eterno garantiza el sentido de la apuesta por
un colosal valor esperado. Hasta aquí todo parece bastante
plausible, pero existen varias falacias en esta apuesta cuyo ori-
gen probablemente se halle en que la apuesta de Pascal parece
defender la fe con mala fe.
1. TRES TRUCAJES FRAUDULENTOS EN LAS TRAGAPERRAS
PASCALIANAS
Existen varias razones para dejar el juego que nos propone
Pascal, pues cuando se la examina con calma, la apuesta de Pas-
cal adquiere un aire crecientemente perverso. No olvidemos que
el arg umento de la apuesta de Pascal está a sus anchas en un lugar
que no suele ser particularmente edificante en términos morales,
un casino en el que, apelando al puro interés personal y aun a la
avaricia, se nos invita a apostar por Dios en una tragaperras
trucada cuyo jackpot es nada menos que la salvación del alma.
Podríamos decir que el de Pascal es un argumento indivi-
dualista, utilitarista y prudencial. Individualista porque apela
al egoísmo de cada individuo, que busca la salvación desen-
tendiéndose de las consecuencias sociales; utilitarista porque
se basa en un mero análisis de costes y beneficios psicológicos;
prudencial porque deja a un lado los principios para formular
un juicio de pura conveniencia. Esas notas ya merecen de por
sí algún reparo, pero lo peor es que la tragaperras no funciona
como se nos quiere hacer creer y no es un negocio tan bueno
como parece. De hecho se diría que, con el fin de imponerle su
propia fe, el creyente/croupier pascaliano pretende instrumen-
talizar con mala fe la buena fe del agnóstico. Supongo que era
de esperar: la banca siempre gana.
Tratar de imponer un marco de discusión (usar la técnica
del framing169) puede ser retóricamente aceptable, pero cuando
169 El best seller de G. laKoff, Don’t think of an elephant, Chelsea Green
Publishing, White River Junction, 2004; es una continua advertencia
contra esas estrategias que pretenden imponernos un marco, un frame.

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