El campo de la argumentación

AutorLuis Vega Reñón
Páginas13-76
Capítulo 1
El campo de la argumentación
Ecampo de la argumentación es un campo abierto. Cuando un
urbanita sale al campo abierto, suele llevar consigo algunos artilu-
gios para no perderse: el teléfono móvil o celular, desde luego; pero a
veces, si la zona es boscosa y el día está nublado, tampoco viene mal
una brújula de bolsillo. De modo parecido ahora, para salir al campo
de la argumentación, nos equiparemos con una suposición general
y nos fijaremos un norte. Vaya por delante la suposición: supondré
que argumentar es en todo caso conversar. Dentro de un marco tan
genérico, tomaré como norte este punto de referencia: entenderé
que argumentar es, entre otras cosas, una manera interactiva de dar
cuenta y razón de algo en el curso de un debate o con miras a una
opción o una resolución.
También me gustaría declarar de entrada algunas implicaciones
envueltas en este ligero equipo. Dar cuenta y razón, a la hora de argu-
mentar, es un tejer historias y razones que comprende dos aspectos: el
dar cuenta y razón de algo a alguien en el curso de una conversación
en torno a una cuestión debatible o debatida; el dar cuenta y razón
de algo ante alguien en un marco de discurso más o menos institu-
cionalizado. Lo primero tiene lugar informalmente y cara a cara: es,
por ejemplo, lo que hacen dos amigos cuando discuten sobre el mejor
plan para pasar la tarde, o lo que hace un profesor cuando intenta
justificar la calificación del examen a un alumno que ha venido a
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quejarse. Lo segundo puede discurrir así, pero también puede pro-
ducirse en un escenario más convencional o en diferido —a través
de un texto-: sería, por ejemplo, lo que haría un parlamentario para
atraer en favor de su moción el voto de los demás diputados o un juez
en orden a fundamentar una sentencia, el periodista que defendiera
una postura en un editorial dirigido a los lectores o un científico que
procurara establecer un resultado ante sus colegas; es, en fin, lo que
yo mismo debería hacer ante usted como lector del ensayo sobre la
argumentación que tiene ahora en las manos. Dando por descontado
que el primer aspecto es más general y básico, consideraremos todo
texto argumentativo escrito como una conversación mantenida en el
congelador hasta el momento en que algún lector la abra y reanude
la discusión. Nuestras suposiciones implican además que la acción
o la pretensión de dar razón no es lo mismo que el hecho de tenerla:
con arreglo a lo supuesto deja de argumentar, no argumenta, el que
zanja la discusión con un terminante “Yo tengo mis razones, punto”,
es decir: “Punto final a nuestra conversación sobre el asunto”. De todo
ello se desprende que nuestro bagaje de supuestos también entraña
que argumentar, como manera de dar cuenta y razón de algo a alguien
o ante alguien, no es una actividad privada ni un vicio solitario, salvo
en el sentido traslaticio en que podría decirse que uno dialoga o dis-
cute consigo mismo. En términos más precisos, el dar razón de algo
a alguien supone la adopción pública de un papel discursivo como el
de defensor o debelador de una posición —una opinión, una tesis,
una decisión—, acerca del objeto de debate, frente a algún interlo-
cutor que a su vez representa, al menos potencialmente, alguna otra
alternativa al respecto —todo lo cual supone dar razones, pedirlas
y confrontarlas—. Añadiré, por último, que este reparto de papeles
tampoco es un mero juego de adoptar posturas e intercambiarse par-
lamentos, pues la actuación comporta ciertas reglas de entendimiento,
la asunción y el reconocimiento de ciertos compromisos, la respuesta
a unas expectativas, el ejercicio de ciertos derechos. Por lo tanto y
en suma, nuestras interacciones argumentativas, conversaciones y
discusiones, incluyen aspectos no sólo intencionales y descriptivos,
sino públicos y normativos.
Siendo así, argumentamos cuando exponemos razones a favor
o en contra de una propuesta, para sentar una opinión o rebatir la
contraria, para suscitar un problema o defender una solución. Argu-
EL cAmpo dE LA ARGUmENtAcIÓN
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mentamos cuando aducimos normas, valores o motivos para mover
en cierta dirección el sentir de un auditorio o el ánimo de un jurado,
para fundar un veredicto, para justificar una decisión o para descartar
una opción. Y todas estas solo son unas pocas muestras ilustrativas
de lo que cabe hacer o pretender por medio de la argumentación.
Pues, por cierto, argumentamos de distintas formas y con diversa
fortuna antes, o al margen, de parar mientes en qué sea o pueda
ser una argumentación. Es más, seguramente, la mejor manera de
formarse una idea cabal de la argumentación consiste en no perder
la ocasión de practicarla. Pero lo mejor —recordemos también— no
tiene por qué ser enemigo de lo bueno y sería bueno disponer de una
teoría de la argumentación; cuando argumentamos o asistimos a una
argumentación, estaría bien saber a qué atenernos.
Teoría de la argumentación es una denominación para una dedi-
cación en alza desde las últimas décadas del pasado siglo XX. Hoy
cuenta no solo con una amplia bibliografía especializada que, por
cierto, viene creciendo exponencialmente desde los años 1970. Cuen-
ta además con varias revistas específicas (Argumentation, Informal
Logic, Philosophy & Rethoric por ejemplo), con círculos y sociedades
dinámicas (e. g. la Ontario Society for the Study of Argumentation,
OSSA, cuyo simposio fundacional tuvo lugar en Windsor en 1978, o
la International Society for the Study of Argumentation, ISSA, fundada
en Ámsterdam a raíz de la 1ª Conferencia Internacional sobre Argu-
mentación, 1986), con portales y escaparates en Internet; e incluso,
en algunos medios universitarios, tiene un lugar propio dentro de
departamentos y planes de estudios que quieren darle cuerpo de
disciplina académica. Sin embargo, la Teoría de la argumentación no
ha pasado de ser en nuestros días la expresión de un deseo o la divisa
de una ambición, un saber que se busca. Hoy, en realidad, esta deno-
minación no designa una teoría establecida, sino un vasto campo de
exploración y estudio, para colmo sembrado de cruces de caminos
y encrucijadas.
1. CRUCES Y ENCRUCIJADAS EN EL CAMPO DE LA ARGUMEN-
TACIÓN
En los lugares de cruce los caminos confluyen y se encuentran,
se despiden y separan. Así, en el estudio de la argumentación, la

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