Callar o no callar... that is the question!

AutorE. P. Haba
Páginas118-177
Sumario:
1. La agenda de puntos a examinar.
2. Sobre unas supuestas «falacias».
3. ¿Desconocimiento de diferencias entre los autores
«estándar»?
4. Sobre el recordatorio de Atienza con respecto a sus
propios trabajos: ¿unas críticas-poco-críticas?
5. ¿De qué «racionalidad» se trata? (las cinco Reglas bási-
cas del «rigor» discursivo practicado por Atienza).
6. Corolario: ideas y actitudes —¿recomendando el «buen
callar» como mejor programa para la Teoría del Dere-
cho?—.
(...) esforzarse por entender bien lo que el otro ha dicho es
una exigencia moral —en el sentido amplio de la expresión—
que resulta además bastante útil como recurso retórico o
dialéctico: hace más difícil que podamos ser refutados (por
ejemplo, con un «yo no he dicho eso») y aumenta las
probabilidades de que nuestros contendientes estén también
dispuestos a entendernos bien.
Frente a la tendencia, natural quizá en algunas culturas, a irse
por las ramas no cabe otro remedio que insistir una y otra
vez en ir al punto, en fijar cuidadosamente la cuestión. (...)
Una de las razones por las que es importante fijar bien los
puntos de una controversia es que, de esa forma, se impide
—o se dificulta— que se pueda cometer la falacia consistente
en eludir la cuestión.1
Mucho me importa comenzar por agradecer muy sin-
ceramente al Director de Doxa, mi amigo Manuel Atienza,
por regalarme la distinción de distraer algo de su tiempo (me
consta que no le sobra) en efectuar esas observaciones sobre lo
que él ha gustado etiquetar como mi «crítica crítica». Se hace
1 M. atiEnza, 2006: «Diez consejos para argumentar bien o Decálogo del
buen argumentador», Doxa, 29: 473-475 (allí los mandamientos 4 y 9). Id.,
2008: La guerra de las falacias, Librería Compas, Alicante: § 21 in limine
(p. 102).
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Enrique P. Haba
muy raro, en nuestros días, que un escritor internacionalmente
conocido de Teoría del Derecho tenga interés (y de sus seguidores,
¡ni qué hablar!) en abrir espacios para la discusión pública frente
a reparos teoréticos que no sean lo bastante complacientes con
los paradigmas básicos aceptados sin más en su propio círculo
académico. La actitud general al respecto, en el interior de todos
los bandos respectivamente, es la discreta complicidad en el mejor
es no meneallo... Nada me resulta más grato que reconocer la
hidalguía intelectual de Atienza por haberse resuelto a no seguir
ese camino fácil, el más habitual, aquel de simplement e refugi arse
en uno de esos conformismos sectoriales; todo el mérito de que
la presente discusión pueda ser pública es muy suyo.
También me resulta especialmente bienvenido que mi
colega tome con tan buen humor lo «feroz» (calificación suya)
de mi enfrentamiento contra puntos de vista que no le son
ajenos, tanto como para lanzar inclusive la simpática broma de
etiquetarme en tal forma. Eso sí, yo hubiera preferido que sus
observaciones se dirigieran sobre todo, ya «bromas» aparte, a
cuestiones de fondo, las que fuere, planteadas en mi examen.
Pero me encuentro con que mi gentil comentarista ha preferido
tomar por sendas bastante laterales, si no del todo aparte, a mis
propios puntos temáticos fundamentales. Yo hubiera esperado
que, por ejemplo, en donde verdaderamente dije A, él afirmase
netamente no-A; y esto trayendo por su parte a colación ni más
ni menos que unos elementos de juicio que se me hubieren pa-
sado por alto, siendo estos de directa pertinencia para aquilatar
la condición de verdadero-o-falso de A mismo. En cambio, me
encuentro con que casi todas las puntualizaciones presentadas
por Atienza —las cuales, según él, invalidarían o por lo menos
arrojarían muy serias dudas sobre las principales tesis que he
sostenido en mi estudio— corresponden al esquema de razo-

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