C.S.I. metafísica

AutorAlfonso García Figueroa
Páginas59-112
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III.
C.S.I. Metafísica
Aparentemente nos estamos demorando a la hora de lanzar
de una vez por todas una orden de búsqueda y captura
transmudana de Dios, pero no debemos olvidar que no le
estamos siguiendo la pista a un don nadie y esto requiere ser
muy cuidadosos a la hora de ubicar su paradero. ¿Qué (antes
que quién) estamos buscando cuando buscamos a Dios? ¿De
qué instrumentos disponemos para encontrarlo?
Como vamos a ver a continuación, la creencia en Dios
dispone de dos instrumentos ampliamente reconocidos para
consolidarse en el sistema de creencias del fiel, a saber: la razón
o la fe, aunque no hay acuerdo en su valoración. Por un lado, la
fe parece la herramienta más natural y la del carbonero ha sido
exaltada como un antídoto frente a los excesos intelectualistas
de la teología clásica y las especulaciones escolásticas. Inspirado
por este espíritu, Erasmo de Rotterdam contemplaba con recelo
precisamente esos estudios. A ellos se refería cuando escribió:
“(p)ueden convertir a alguien en presuntuoso y pendenciero,
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¿pero sabio?“39. Mas por otro lado, Leibniz sentía por el contrario
extrañeza ante quienes renunciaban al camino de la razón y así
de certeramente se lo hacía saber a la Electriz Sofía en una carta
fechada en abril de 1709: “Entiendo que los hombres, muy a
menudo, no emplean suficientemente la razón para conocer y
honrar al autor de la razón”40.
Kant, “el auténtico padre de la filosofía de la religión”41,
definía la teología como “el conocimiento del ser originario”42.
Cuando ese conocimiento se confía a la fe, entonces nos ha-
llamos ante una teología fundada en la revelación (theologia
revelata)43. Sin embargo, quien se plantee acciones legales
contra Dios raramente disfrutará de una fe tan robusta como
para confiarse sin más a una revelación. Pero entonces, ¿qué
razones nos asisten a los que no tenemos fe bastante para
admitir racionalmente la existencia de ese ser originario? En
otras palabras, ¿Qué razones para creer en Dios nos puede
proporcionar una teología basada en argumentos puramente
racionales (theologia rationalis)44?
Antes de nada conviene recordar que no todo el mundo
emprende esta búsqueda racional de manera desprejuiciada.
De hecho, muchos buscan razones para fundar la existencia de
un ser sospechosamente parecido a los seres humanos. Todos
conocemos a gente que todavía cree que en el más allá nos
esperará una divinidad festivalera de barba blanca y ataviada
con una túnica vaporosa, que nos dará la bienvenida al paraíso
39 Tomo la cita de D. van damme, Erasme. Sa vie, ses ouvres, Weissen-
bruch, Bruselas, no figura año, p. 63.
40 G.W. leibniz, “Leibniz a la Electriz Sofía”, en Escritos de Filosofía Jurídica
y Política, ed. de Jaime de salas ortueta, Editora Nacional, Madrid,
1984, pp. 411-415, p. 411.
41 M. fraijó, “Filosofía de la religión: Una azarosa búsqueda de identi-
dad”, en Id. (ed.), Filosofía de la religión. Estudios y textos, Trotta, Madrid,
1993, pp. 13-43, p. 23.
42 I. Kant, Crítica de la razón pura, trad. P. Ribas, Alfaguara, Madrid, 1998
(14 ed.), A621 B569, p. 524.
43 Ibid.
44 Ibid.
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como podría hacerlo a cualquiera de esos resorts bendecidos
por la abundancia para el afortunado portador de una pulsera.
Hume llamaba “falacia empática” al vicio argumentativo
(tan extendido por lo demás) de quien se empecina en proyectar
sus propias obsesiones y preocupaciones sobre lo que le rodea.
En este sentido, el ser originario de los llamados teístas parece
el resultado de una gigantesca falacia empática, porque signi-
ficativamente Dios no es sino una suerte de sublimación del
ser humano. Pensamos en un Dios infinitamente bondadoso,
omnipotente, omnisciente y que se ocupa de nosotros amoro-
samente, del mismo modo que hallamos caras más o menos
expresivas en la luna o encontramos caballos, peces o montañas
en las sugerentes nubes blancas. En tanto presuponen la bús-
queda de un creador del mundo, de una suma inteligencia, las
tesis teístas siempre nos resultan sospechosas de incurrir en la
falacia empática y parecen muy poco viables sin el concurso de
una teología revelada (la propia acción judicial chambersiana
deviene entonces falaz por empática, pero por favor no suspenda
aún la lectura de este libro).
En el otro extremo encontramos a gente que se conforma
con tratar de dar buenas razones para creer en una (deshuma-
nizada) primera causa que nos permita explicarlo todo. Para el
deísta el ser originario es algo muy abstracto: la causa del mundo.
Para el teísta el ser originario es, como hemos visto, alguien casi
familiar: el Creador del mundo. Kant caracteriza así la diferencia
entre ambas teologías: “el deísta cree en Dios, mientras que el
teísta cree en un Dios vivo (summa intelligentia)”45. Curiosamen-
45 I. Kant, Crítica de la razón pura, cit., A633 B661; p. 525. Naturalmente,
los argumentos que deístas y teístas emplean son diferentes porque pre-
tenden responder a cuestiones diversas. Esto supone que se confían a
dos tipos distintos de teología. Kant llama “teología trascendental” a la
teología que busca simplemente ese ser originario, ens originarium, a par-
tir de la razón pura. Éste es el dominio de la reflexión del deísta y en él
se despliegan dos tipos de argumentos: los de la “cosmoteología” y los de
la “ontoteología”. La cosmoteología pretende inferir el ser originario de
la experiencia en general (sin necesidad de entrar en más pormenores).
La ontoteología pretende hacerlo a través de los conceptos. Luego vere-

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