Bosnia-Herzegovina: la paz fria o la guerra por otros medios en los Balcanes.

AutorD'Angelo, Gustavo
CargoINTERNACIONAL

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Luego de doce años de la finalización de las guerras en Croacia y en Bosnia-Herzegovina, y de más de ocho de los bombardeos de la OTAN sobre Serbia para impedir una limpieza étnica de albaneses en la provincia de Kosovo, el fantasma de la crisis política que motivó cruentos enfrentamientos resurge peligrosamente en los Balcanes. Por cierto, la crisis no es uniforme, ni involucra a todos los países de la antigua Yugoslavia. Adopta, por el contrario, expresiones particulares en aquellas repúblicas donde ni el tiempo transcurrido desde la terminación de la violencia, ni el retorno de millones de refugiados, ni la presencia (civil y militar) de la comunidad internacional, ni la inversión de cuantiosos recursos financieros han contribuido a resolver los antagonismos generados por el apetito de poder y de territorio de las etnarquías herederas del régimen socialista.

Por supuesto, no todos los desarrollos posteriores a los conflictos armados en los Balcanes han sido negativos. Eslovenia y Croacia representan sin duda los casos más exitosos de reconstrucción política y económica luego del descalabro de la federación yugoslava. Sin embargo, donde se presentan con mayor fuerza las mismas condiciones que durante la década de 1990 generaron los conflictos armados en los Balcanes es en Bosnia-Herzegovina que, junto con la provincia serbia de Kosovo, constituye un prominente ejemplo de construcción de un Estado bajo un protectorado internacional.

LOS NACIONALISMOS

Aún no deja de sorprender el rápido deterioro de la federación yugoslava luego de la muerte de Tito en 1980, y su colapso final a inicios de la década de 1990. La legitimidad del Estado yugoslavo fue socavada en el marco de una aguda crisis económica caracterizada por la imposibilidad de amortizar una creciente deuda externa, por el cierre masivo de fábricas, el aumento del desempleo, la hiperinflación y, en general, por una erosión generalizada de las condiciones de vida. Simultáneamente, los pilares ideológicos del socialismo federal yugoslavo --el autogobierno como forma alternativa al comunismo soviético, por un lado, y la fraternidad y unidad como referente integrador frente a las divisiones étnicas y los separatismos nacionalistas, por el otro-- sucumbieron ante el asedio de nuevos actores sociales como el movimiento estudiantil, los movimientos religiosos y los nuevos partidos políticos como los socialdemócratas o reformistas (formados por ex comunistas reciclados), los liberales y los nacionalistas. Fueron estos últimos los que a partir de las elecciones de 1990, los primeros comicios libres desde 1927, coparon el emergente espacio político democrático. Desde entonces, la apertura política que reclamaron todos se asoció de manera precisa con el acceso a los aparatos del Estado de los diferentes grupos étnicos largamente postergados por una longeva dictadura socialista. Fueron estos partidos nacionalistas los que formaron los nuevos gobiernos y los que en menos de dos años hicieron y pelearon las guerras en los Balcanes.

Gestados en las canteras comunistas, los partidos nacionalistas eran políticamente conservadores y antiliberales. No propugnaban una expansión democrática, ni la vigencia de los derechos humanos, ni la transición hacia una economía de mercado que, entre otras medidas, implicaban la promoción de las organizaciones de la sociedad civil, la vigencia de los derechos ciudadanos y la creciente privatización de empresas públicas. Por el contrario, su objetivo era controlar y usufructuar los enormes recursos y mecanismos de un Estado sobredimensionado (ministerios, empresas, ejército, policía, telecomunicaciones, asociaciones profesionales y culturales) a favor de sus propias clientelas étnicas. Los nacionalistas querían un Estado grande, autoritario y con recursos propios para sostenerse en el poder. Las reformas, si finalmente se debían introducir, no podían contrariar este objetivo.

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En el marco de una desorganización radical como la que vivía entonces la antigua Yugoslavia, los partidos nacionalistas ofrecían no solo una explicación de la crisis sino, ante todo, un camino para superarla y la promesa de un nuevo orden. Para los nacionalistas, el origen de los males era la mezcla étnica a la que el régimen socialista había condenado a la antigua Yugoslavia. La heterogeneidad, la presencia del >, frenaba las fuerzas creadoras de cada etnicidad. Frente a la fraternidad y unidad postulada por el titoísmo, los partidos nacionalistas propugnaban la segregación étnica, el desarrollo separado, una suerte de apartheid cultural entre poblaciones cuyas diferencias étnicas nunca fueron registradas en el imaginario como antagónicas. Frente a la id entidad de clase que privilegió el titoísmo, los partidos nacionalistas anteponían la identidad étnica como condición para abordar la 'cuestión nacional', el requisito para resolver los acuciantes problemas de la pérdida de autoridad y de orden, el desempleo y el empobrecimiento.

El origen étnico y el reclamo por forjar un Estado propio para cada grupo se convirtió en el elemento clave del espacio simbólico v en el eje articulador de todo discurso político posible. Fue la materia prima sobre la cual los partidos nacionalistas moldearon exitosamente nuevas identidades políticas. Factores como la historia (leída > para construir > sobre un nuevo >), la religión y el idioma, que nunca impidieron una coexistencia aceptablemente pacífica durante siglos (con excepción del corto período durante la Segunda Guerra Mundial), se articularon en estos discursos nacionalistas como rasgos excluyentes y enfrentados que amenazaban la existencia misma del grupo y que, como tales, debían ser aislados y derrotados. Los partidos nacionalistas se autoproclamaron 'protectores de la nación y garantes de una pureza étnica' contra el permanente asedio del >, constituido ahora como >. La pertenencia a uno de los grupos étnicos pasó a ser el criterio primordial de la ciudadanía, la condición básica para la existencia política, el derecho para elegir y ser elegido. Solo se existía políticamente a través de la etnia, por la etnia y para la etnia.

Es precisamente esta exitosa etnización de lo social, es decir, la reducción de todo símbolo...

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