Argumentar sobre el arte

AutorStephen Toulmin - Richard Rieke - Allan Janik
Páginas497-523
Capítulo 28
Argumentar sobre el arte
Como prefacio a nuestro próximo tema, empecemos comparando
las bellas artes con el derecho y la ciencia (de los que nos ocupamos en
los Capítulos 26 y 27) y con la gestión (a la que pasaremos en el Capí-
tulo 29). En esas tres empresas, el razonamiento y la argumentación
desempeñan un papel significativo e incluso central. En efecto, tanto
en el derecho como en la ciencia, los argumentos se encuentran entre
los principales productos de la empresa. Parte del trabajo de cualquier
abogado consiste en construir argumentos que le permitan ganar los
casos de sus clientes; y parte del trabajo de un científico consiste en
construir argumentos que le permitan explicar fenómenos que eran
misteriosos hasta entonces. Así que, en ambos campos, el razona-
miento desempeña un papel central. En la gestión, por otro lado, la
argumentación es un medio para otro tipo de fines: aun así, dado que
esta es una empresa esencialmente colectiva —en la que las energías,
las actividades y los intereses de muchas personas deben coordinarse
de manera eficaz—, los gestores deben disponer de argumentos que
tengan un poder de convicción ante sus compañeros y accionistas.
Así que, aunque puede que el razonamiento desempeñe un papel
algo menos crucial en la gestión de negocios que en los tribunales y
en las reuniones científicas, resulta difícil imaginar a unos gestores
STEPHEN TOULMIN | RICHARD RIEKE | ALLAN JANIK
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del siglo veinte que lleven a cabo sus tareas sin apelar a “razones” y
“argumentos” que expliquen y justifiquen sus decisiones.
Las bellas artes se diferencian significativamente de estas tres
empresas. A diferencia de los argumentos convincentes que consti-
tuyen los productos del abogado y del científico, los productos del
artista incluyen sinfonías o estatuas, poemas o fotografías, novelas
o collares. A diferencia de las actividades colectivas y colaborativas
de los gestores, el trabajo del artista generalmente posee un carácter
solitario e individual. Encerrado en su estudio o su taller, el artista
emprende tareas creativas sin ayuda de nadie de formas de las que
normalmente no es responsable ante nadie más que sí mismo.
Por supuesto, no todas las bellas artes son iguales en estos res-
pectos. Por ejemplo, la creación de películas, el teatro y otras artes
escénicas rara vez son empresas solitarias, así que el oficio de cineasta
o de director de escena exige tanto habilidades gestoras —o dictatoria-
les—como imaginación artística. Lo mismo vale para la arquitectura.
En ese sentido, los argumentos que siguen a continuación requieren
alguna matización si se aplican a estos medios más complejos. Pero,
para tener las cosas claras desde el principio, aquí nos concentraremos
en las actividades artísticas individuales, tales como la pintura y la
composición musical.
En consecuencia, el curso habitual de la vida y el trabajo del
artista generalmente proporciona pocas de las ocasiones en las que
tienen lugar los “argumentos” en las otras esferas de la actividad
humana. Se cuenta la siguiente historia sobre el pintor inglés del
siglo diecinueve J. W. M. Turner. Se encontraba pasando una tarde
con unos estudiantes de Sir Joshua Reynolds, quienes mantenían
una acalorada discusión sobre las relaciones entre lo bello y lo
sublime y otros temas estéticos altisonantes. En lugar de unirse al
debate, Turner se pasó toda la tarde en un incómodo silencio. El
único comentario que se le oyó hacer fue cuando se puso su abrigo
y dejó la casa hacia la medianoche: “¡La pintura, qué cosa tan rara!”
De modo que puede que haya muchas posibilidades de pensar,
razonar y argumentar sobre las bellas artes pero, como veremos,
la argumentación resultante es más secundaria para los intereses
centrales del artista de lo que lo es para la tarea profesional del
científico o del abogado.

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