La argumentación en la ciencia
Autor | Stephen Toulmin - Richard Rieke - Allan Janik |
Páginas | 447-496 |
Capítulo 27
La argumentación en la ciencia
En todas las épocas y culturas, los seres humanos han com-
partido ciertas ideas sobre el mundo natural. Muchos aspectos de
la naturaleza han provocado inicialmente asombro y admiración,
miedo y curiosidad, y estas reacciones han dado lugar a la reflexión
y la acción. Han fomentado, por un lado, la discusión y la crítica
intelectuales, y, por otro lado, el desarrollo de técnicas prácticas y
de rituales religiosos. De este modo, se han creado patrones de vida
e instituciones que están más o menos adaptados a las diferentes
visiones del mundo.
En épocas remotas, los rasgos de la naturaleza que eran centrales
para la acción y el pensamiento humanos normalmente reflejaban las
condiciones locales de la vida humana. En las culturas del desierto,
las personas estaban preocupadas por el agua en todas sus formas; en
las culturas del Ártico, por el fuego y el calor; y así sucesivamente.
Así que es comprensible que las cosas que tenían un mayor poder
para influir en la vida comunitaria fueran el punto de partida de los
argumentos colectivos de los diversos pueblos sobre “la naturaleza de
la naturaleza”. Las necesidades teóricas y prácticas requerían que las
concepciones resultantes del mundo natural fueran adecuadamente
realistas. Un agricultor que carezca de unas expectativas fiables sobre
la sucesión de las estaciones en su región —cálida y fría, lluviosa y
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seca— no puede cumplir con sus tareas de agricultor. Del mismo
modo, cualquiera que tenga la sensación de estar descoordinado con
las fuerzas fundamentales de la naturaleza está en desventaja para
llevar una vida segura y ordenada.
En consecuencia, toda cultura humana ha tenido a su disposición
un cuerpo de ideas colectivas que en términos generales se aceptan
como las que proporcionan la explicación más exacta y completa
del funcionamiento de la naturaleza. Toda cultura humana ha desa-
rrollado instituciones que incorporan esas formas de pensar. Y toda
cultura ha creado algún mecanismo institucional para la transmisión
crítica de esas ideas. Dentro de esos amplios límites, existen grandes
variaciones:
1. En algunas culturas, estas ideas compartidas se transmiten de ma-
nera bastante explícita y articulada de generación en generación
en una forma literaria que puede ser aprendida y repetida, que
consiste o bien en poesía mitológica tradicional o en auténticas
teorías científicas. En otras, se transmiten implícitamente en
forma no verbal, por medio de las prácticas y los rituales tradi-
cionales de la cultura.
2. En algunas culturas, estas ideas pertenecen a toda la comunidad
y se enseñan a la totalidad de cada nueva generación de niños.
En otras, están confinadas a ciertos grupos limitados, tales como
el clero o los gremios de artesanos.
3. En algunas culturas, las ideas aceptadas están expuestas a la
revaluación y el perfeccionamiento conscientes y críticos. En
otras, son tratadas de manera conservadora y forman una orto-
doxia estática que está protegida de la crítica y del cambio por
las costumbres.
A pesar de todas estas variaciones, normalmente es fácil identi-
ficar las formas en que una cultura determinada maneja y transmite
su propio entendimiento colectivo de la naturaleza y reconocer qué
oportunidades existen en esa cultura para la discusión crítica de ta-
les ideas. Cuando esas ideas y concepciones se expresan de manera
articulada y están abiertas a la crítica pública, pueden clasificarse
apropiadamente como científicas, y el entendimiento colectivo de la
naturaleza presente en esa cultura se aproxima a la condición de nues-
tras propias ciencias naturales. Sin embargo, aunque todas las culturas
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posean algunas ideas colectivas sobre el mundo natural, no todas las
culturas poseen algo que podamos llamar ciencia natural. Cada una
de las comunidades humanas tiene que descubrir por sí misma las
virtudes de un cuerpo explícito y articulado de ideas “científicas” y de
unas instituciones independientes para criticarlas y perfeccionarlas.
Para nuestros actuales propósitos, daremos por supuestos los
valores básicos de la empresa científica —incluyendo la necesidad
de la crítica científica— y consideraremos:
1. Qué foros de argumentación requiere el debate “científico” re-
sultante.
2. Qué tipos de razonamiento práctico son característicos de esos
diferentes foros.
3. Más específicamente, qué tipos de argumentos (tesis, bases,
garantías, etc.) son típicamente propios de estas discusiones
científicas.
LA NATURALEZA DE LA EMPRESA CIENTÍFICA
Sea cual sea su contenido específico, la ciencia de cualquier pe-
riodo manifestará estos tres grandes rasgos generales, que en gran
medida determinarán el ámbito disponible para la crítica racional o
la argumentación:
1. Debe ocuparse de ciertas cuestiones amplias y conocidas sobre
el mundo natural, de las que se puede esperar que una visión
científica de la naturaleza proporcione alguna explicación.
2. Debe proporcionar un cuerpo sistemático de ideas que puedan
usarse para explicar el curso observado de los sucesos naturales,
junto con procedimientos reconocidos para criticar y perfeccio-
nar esas explicaciones.
3. Debe haber algún grupo o grupos de personas en la sociedad que
tengan la responsabilidad de conservar y transmitir esta tradición
crítica.
Cuestiones amplias y conocidas
En las ciencias naturales, en cualquier tiempo y lugar, han surgido
cuatro tipos generales de cuestiones:
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