La formación del Estado social

AutorCarlos Blancas Bustamante
Páginas23-46

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capítulo 1

La formación deL estado sociaL

1. La crisis del estado liberal y la formación del estado social

a) La revolución industrial y el surgimiento del proletariado: la «cuestión social»

Es ampliamente conocido el hecho de que la revolución industrial, producida por la invención de la máquina a vapor por Jaime Watt en 1769 y favorecida por la caída del antiguo régimen y el triunfo del liberalismo en la revolución francesa, que eliminó las trabas jurídicas y administrativas que impedían el desarrollo de un mercado libre, engendraron, de manera simultánea, la gran «cuestión social» del siglo diecinueve.

Esta fue provocada por las nuevas condiciones económicas y sociales propias del modo de producción capitalista, conforme al cual surgieron las grandes fábricas o factorías, que requerían el trabajo de muchas personas, el cual obtenían mediante el arrendamiento de la fuerza de trabajo de las personas por los propietarios de los medios de producción industrial, a cambio del pago de un salario. Se produjo, de este modo, la creación de una enorme masa de asalariados que laboraban en las grandes fábricas subordinados a la autoridad inmediata de los propietarios o sus representantes.

Las condiciones laborales en estas fábricas durante el auge de la revolución industrial y del capitalismo, en gran parte del siglo diecinueve, fueron las peores que se podían imaginar. La jornada de trabajo no tenía límite alguno y eran frecuentes las jornadas de catorce horas diarias o más. Según lo menciona Cabanellas, antes de la invención del alumbrado a gas, en 1792, era normal trabajar desde la salida hasta la puesta del sol. Y después de que dicha invención permitió el alumbrado artificial, hubo fábricas que extendieron la jornada hacia parte de la noche, mencionándose el caso de los fabricantes de clavos, que iniciaban su labor a las cuatro de la mañana y la concluían a las diez de la noche, lo que apenas les dejaba seis horas diarias para el descanso (Cabanellas 1987, I.1, p. 233). Además de estar sometidos a estas extenuantes

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jornadas diarias, los trabajadores no tenían derecho al descanso semanal ni a vacaciones. El informe Ashley, realizado en Gran Bretaña en 1842, ofreció reveladoras conclusiones al respecto1.

Por otro lado, la situación sanitaria de las fábricas era totalmente deficiente. Los locales eran, en muchos casos, inapropiados, estrechos, con poca ventilación, lo que propiciaba el hacinamiento de los obreros. No existían normas ni dispositivos de seguridad, por lo que los accidentes eran frecuentes y, por cierto, no estaban cubiertos por ningún seguro. También eran frecuentes las enfermedades profesionales, como el raquitismo infantil y las deformaciones de columna. La borra flotaba en el aire en las hilanderías y era respirada por los aprendices, que enfermaban de tisis. El reumatismo era frecuente en las hilanderías de lino, en las que se obligaba a los obreros a trabajar con los pies en el agua, sin proporcionarles indumentaria de protección. No existía ninguna preocupación ni obligación legal de los propietarios para adoptar medidas de higiene y de seguridad en el trabajo, las cuales, por lo demás, les hubieran significado costos que no estaban dispuestos a sufragar.

Otro aspecto de la «cuestión social» era la explotación laboral de las mujeres y los niños. Su empleo masivo tuvo lugar en las fábricas de algodón de la época, debido a la renuencia de los obreros adultos. En las minas de carbón se empleaban niños de seis u ocho años para penetrar en socavones estrechos, en los que no cabía un adulto, y extraer el mineral con las manos, expuestos a respirar todo tipo de sustancias tóxicas o a sufrir accidentes mortales. Las mujeres embarazadas debían trabajar hasta la víspera del parto y volver a trabajar a los pocos días de este.

Acerca de las condiciones laborales en Francia, es especialmente reveladora la investigación realizada por Villermé, en 1840, sobre el trabajo textil, la cual arrojó las siguientes conclusiones:

1ª los niños entran a trabajar a la edad de 7 años, e incluso hay algunos de 5; 2ª se trabaja desde las 6 de la mañana hasta las 7 de la tarde, de pie y con temperatura sofocante; 3ª para mantener despiertos a los operarios se emplea un látigo; 4ª los salarios apenas alcanzan para la subsistencia de la familia obrera; 5ª la enfermedad y la desocupación significan miseria y subalimentación; 6ª las condiciones de alojamiento son deplorables y originan un índice muy alto de mortalidad, sobre todo infantil (Cabanellas, 1987, p. 234).

1Afirma Cabanellas lo siguiente: «[…] el informe de Ashley, referido a las condiciones laborales de mujeres y niños en las minas de carbón, señalaba como puntos más importantes los siguientes: 1º las mujeres y los niños trabajan en el fondo de los pozos y de 12 a 16 horas por día; 2º los niños bajan a los pozos desde los 6 años, edad en que están encargados de abrir y cerrar las puertas de las galerías, 3º de los 12 a los 15 años manejan los caballos que arrastran las vagonetas de mineral; 4º de los 15 a los 18 años, juntamente con las mujeres, arrastran los sacos de carbón a lo largo de las galerías; en Escocia se les obliga a subir esos sacos a la superficie, por escaleras excavadas en la roca; 5º estas condiciones de trabajo producen efectos de fatiga en la salud física y moral de hombres, mujeres y niños» (Cabanellas, 1987, p. 234).

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Capítulo 1. La formación del Estado social

Las condiciones de alimentación eran penosas y los salarios bajos, al no existir, desde luego, un salario mínimo, el cual hubiera sido contrario a los axiomas del liberalismo según los cuales los precios —y el salario era el precio del trabajo— deben ser fijados por el mercado, sin intervención alguna del Estado. De este modo, a pesar del gran desarrollo de la industria y por consiguiente de la oferta de trabajo, la demanda siempre fue mayor, a causa de la crisis de la agricultura y el desplome de la economía feudal, que expulsó grandes contingentes de campesinos a las ciudades para emplearse en la industria, lo que determinó niveles salariales de subsistencia.

La industrialización acarreó otro fenómeno no menos importante: la urbanización. Esta fue producto de la migración masiva y constante de los campesinos hacia las ciudades donde se encontraban ubicadas las fábricas y generó el crecimiento vertiginoso de aquellas urbes. También —lo señala Calvez— la población europea creció vertiginosamente pasando de 200 millones a 300 millones de habitantes en algo más de medio siglo. En Inglaterra la urbanización alcanzó al 50% de la población en 1850 y al 70% en 1870 (Calvez, 1966, p. 269). No obstante, el alojamiento de los obreros en estas ciudades se realizó en condiciones deplorables, alrededor, o cerca, de las fábricas en que laboraban, en asentamientos improvisados, miserables e insalubres en los que se hacinaban con sus familias. Como un dato relevante se menciona que en los arrabales de Londres, en la parroquia de San Jorge, existían 929 familias que solo contaban con una habitación y 623 que apenas contaban con una cama (Calvez, 1966, p. 274). En Francia, en 1825, según lo refiere Lepp, en el centro industrial de Lila «[…] las familias obreras solo tenían por alojamiento una cuevas sórdidas, en las que reinaba la más grosera inmoralidad, en medio de la más repugnante suciedad» (Lepp, 1968, p. 91)2.

b) La organización de los trabajadores y el desarrollo del sindicalismo

La respuesta a estas penosas como injustas condiciones de trabajo y de existencia fue la organización de los trabajadores con el propósito de unir fuerzas para exigir a los patrones acabar con esta situación.

Desde inicios del siglo XIX comenzaron a surgir en los países en los que tuvo lugar la revolución industrial los sindicatos de trabajadores y es Inglaterra donde esto ocurre en primer lugar, incluso antes del siglo XIX, pues ya en 1741 los cardadores y tejedores se encontraban plenamente organizados e imponían a sus empleadores la contratación de sus afiliados, recurriendo, si era necesario, a la huelga (Ojeda Avilés, 1995, pp. 93-94).

2Lepp indica que en ese mismo año en el norte de Francia, sobre 224 000 trabajadores, dos tercios estaban inscritos en instituciones de beneficencia y que en 1828 los socorridos por la Asistencia Pública de París llegaron a ser 160 000.

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26 La cláusula de Estado social en la Constitución

La formación de los primeros sindicatos es un fenómeno social, de carácter espontáneo, que se lleva a cabo al margen de la ley e, incluso, en contra de esta. En efecto, en varios países las uniones de trabajadores y sus métodos de lucha, como la huelga, fueron prohibidas por leyes represivas, siendo la más representativa de estas la ley Le Chapelier, adoptada en Francia entre el 14 y el 17 de junio de 1791. El texto de esta ley es revelador de la mentalidad de la época:

Artículo 1. Siendo una de las bases fundamentales de la Constitución francesa la abolición de toda clase de corporaciones de ciudadanos del mismo estado o profesión, queda prohibido restablecerlas de hecho, bajo cualquier pretexto y con cualquier forma.

Artículo 4. Sí, contra los principios de libertad y de la Constitución, ciudadanos de la misma profesión, arte u oficio se confabulan y conciertan para rehusar el ejercicio de su industria o trabajo, o no acceden a prestarlos sino por un precio determinado, tales acuerdos y confabulaciones, acompañadas o no de juramento, serán declarados inconstitucionales y atentatorios a la libertad y la Declaración de los Derechos del Hombre (Ojeda Avilés, 1995, p. 101).

Sobre los efectos de esta ley, comenta Ojeda Avilés lo siguiente: «Aunque Le Chapelier pensaba en toda clase de asociaciones profesionales, de obreros o de empresarios, se manifiesta una tolerancia de hecho hacia las uniones patronales a partir del Consulado, mientras se...

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