¿Tiene sexo la literatura?

AutorBartet, Leyla
CargoCULTURA

BREVE PANORAMA DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX

Ganar el espacio de la escritura no fue fácil para las mujeres latinoamericanas y peruanas en particular. Es posible mencionar numerosos casos de vocaciones reprimidas por el entorno masculino, de feroz ensañamiento contra aquellas raras mujeres que a principios de siglo se atrevían a escribir. Margarita Giesecke cita, por ejemplo, la frase de Juan de Arona en las páginas de Chispazo: >. En ese periódico, el destacado escritor y crítico se burló cruelmente de Mercedes Cabello de Carbonera llamándola >. También han sido estudiadas y comentadas la actitud de Ricardo Palma con su hija Angélica y el triste destino de Clorinda Matto de Turner, precursora del indigenismo con su histórica novela Aves sin nido, que le costó la excomunión, el exilio y una muerte triste en el olvido y la lejanía.

Los críticos han insistido en la pobreza de la escritura femenina (en cantidad pero también en calidad) en los años posteriores, salvo algunas honrosas excepciones. Es preciso esperar la llegada de la década de 1950 para que empiece a esbozarse un cambio en el paisaje literario nacional.

En efecto, los años cincuenta revisten un carácter particular: se trata de una etapa de ruptura y renovación dentro de la literatura peruana. Este cambio corresponde a una modificación profunda de la sociedad en su conjunto. La crisis del modelo agroexportador se hace patente, comienzan las primeras migraciones del campo a la ciudad y se inician los procesos de aculturación e hibridación de lo indígena (que José María Arguedas anticipa tan bien en su inconclusa novela El zorro de arriba y el zorro de abajo, a inicios de los setenta). La mayoría de los escritores --Arguedas constituye un caso particular-- abandona definitivamente lo indígena y se vuelve hacia una temática urbana (Sebastián Salazar Bondy, Julio Ramón Ribeyro, Enrique Congrains, Carlos Eduardo Zavaleta, Oswaldo Reynoso). Es, sin duda, una etapa de especial maduración para las letras nacionales a pesar de que, más allá de problemas de género, ser escritor a secas era en esos años una tarea muy difícil. El artista y el llamado > eran considerados poco menos que parásitos sociales. La producción era limitada, se editaba poco, había apenas crítica especializada y casi ninguna revista cultural. En este contexto era doblemente difícil ser mujer y tener otra vocación que no fuera aquella de ser esposa y ama de casa.

Hubo, sin embargo, algunas pioneras. Pocos recuerdan hoy el nombre de una narradora precozmente desaparecida, Sara María Larrabure (1921-1962), que destaca en el desierto de los años cincuenta. Su novela Rioancho (1949) es una obra regionalista y psicologista, con personajes complejos, narrada en una prosa sobria desde perspectivas diversas. El crítico Ricardo González Vigil dice de ella: >. Fue una escritora que supo deshacerse de los prejuicios de la clase a la que pertenecía y no tuvo miedo de abordar el entonces tema tabú del sexo.

Por otra parte, la imagen de la mujer que refleja la nueva narrativa de los años cincuenta y sesenta recoge el estatus que sin duda es el suyo en la realidad peruana de entonces: son esposas dolientes, burguesas frívolas y rígidas, jóvenes domésticas (cholas) o marocas de clase media dispuestas a cualquier cosa para casarse con alguien que les garantice el ascenso social.

En un artículo titulado >, la periodista Maruja Barrig analiza la representación femenina en las novelas de los años sesenta y setenta, y concluye que >, dice Barrig, aunque, sin duda, los autores transcriben en sus obras una realidad que ellos no crearon pero de la que no podrían prescindir a la hora de plasmar literariamente sus personajes y argumentos. Tal vez el único personaje femenino que escapa a este esquema sea la Maruja de No una sino muchas muertes (1957) de Enrique Congrains, no en vano autor atípico y precursor del neorrealismo urbano de años posteriores.

ABRIENDO BRECHA: LOS SETENTA Y OCHENTA

Elena Portocarrero y Laura Riesco son casi las únicas escritoras de los años setenta. En su primera novela El truco en los ojos (1978), Laura Riesco perfila, en una prosa limpia y cuidada, al límite de lo experimental, a la mujer de la pequeña burguesía limeña. La crítica destacó entonces el uso de su lenguaje sensitivo y su excelente dominio de la técnica narrativa.

Cuatro años antes, en la obra La multiplicación de las viejas (1974), Elena Portocarrero se lanza por los caminos de la experimentación...

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