>: niños y mujeres ashaninkas victimas del conflicto armado interno.

AutorVillapolo, Leslie

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

El conflicto armado interno llegó a la selva central a principios de la década de 1980, cuando un importante contingente de Sendero Luminoso (SL) ingresó desde Ayacucho por los ríos Apurímac y Ene, llegando a controlar prácticamente toda la provincia de Satipo (Junín). Luego --a mediados de esa misma década--, la situación se tornó más compleja debido a que el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) comenzó a expandirse también hacia Oxapampa y Chanchamayo.

Se calcula que de casi 60 mil asháninkas, aproximadamente 10 mil fueron desplazados forzosamente a los valles del Ene, Tambo y Perené, 6 mil fallecieron y cerca de 5 mil permanecieron cautivos por SL. Durante los años del conflicto, entre treinta y cuarenta comunidades asháninkas literalmente fueron borradas del mapa.

EL OLVIDO ESTÁ LLENO DE MEMORIA

Frente a la dolorosa experiencia de la violencia, los sentimientos de seguridad y desconfianza del pueblo Asháninka --cuyos antecedentes se encuentran en su historia de explotación y marginación-- se incrementaron. La comunidad, y en especial la población infantil, volvió a sentirse vulnerable interna y externamente.

La conducta de los niños expresaba la falta de un adecuado soporte afectivo para comprender y asimilar los acontecimientos. Como consecuencia de ello, y por autoprotección, muchos desarrollaron una progresiva insensibilidad emocional, como lo demuestran sus narraciones de las escenas de violencia como si le hubieran ocurrido a otra persona. Otros intentaban olvidar y afirmaban rotundamente: >; >.

El tema del olvido fue importante en la comunidad. Los niños expresaban el intento de la población por borrar lo sucedido o evitar revivir los sentimientos que les generaban temor. Aunque los adultos trataban de distraerlos o engañarlos para que no se diesen cuenta de lo que sucedía, era imposible mantenerlos al margen; así lo expresaban sus dibujos y los juegos en los que describían la guerra. Y aquí la paradoja: mientras los asháninkas querían eliminar de la memoria lo vivido, la sociedad peruana --que los olvidó por siglos-- los reconocía por haber sido víctimas de la guerra.

La necesidad de narrar lo vivido reforzó en los niños una tendencia maniquea arrastrada desde siglos atrás. Veían en el otro lo malo, la violencia; y en lo propio, en la comunidad perdida, lo bueno, lo paradisiaco. Los dibujos de los niños describían de manera idílica su lugar de origen y la vida familiar antes de la violencia; para ellos no existían conflictos y todo era bueno. Los adultos reforzaban estas imágenes con discursos que explicaban que habían sido víctimas del engaño de los...

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