Las malas lecturas y el Proceso de Codificación Civil en el Perú - El acto jurídico, el negocio jurídico y la historia de una confusión

AutorLeysser L. León
Páginas61-109
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LAS MALAS LECTURAS Y EL PROCESO DE CODIFICACIÓN CIVIL EN EL PERÚ
PRIMERA PARTE
Las malas lecturas y el proceso
de codificación civil en el Perú
El acto jurídico, el negocio jurídico
y la historia de una confusión
CAPITULO I
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LEYSEER L. LEÓN
SUMARIO
1. Propósito.- 2. La biblioteca jurídica de la Universidad de San Marcos
y la reforma del Código Civil de 1852.- 3. Inexistencia de la «teoría
francesa del acto jurídico».- 4. Las traducciones de las traducciones y
sus malas influencias.- 5. La repetición de una mala lectura en la refor-
ma de los Código Civiles de 1852 y 1936.- 6. Un alarmante proyecto de
reforma.- 7. Colofón.- 8. Adenda de diciembre del 2001.- 9. Adenda de
agosto del 2004.
1. Propósito.
Siempre he tenido para mí que el cine es la única afición
en la cual la acumulación de obras –visionadas en este caso–
puede incrementar el repertorio cultural de un individuo. Los
inescrutables mecanismos de la memoria son menos infieles
con las películas espectadas que con la lectura de un libro o la
audición de una pieza musical. Estas últimas exigen, inexora-
blemente, la repetición. Es poco probable que se mezquine el
calificativo de buen aficionado, de «cinéfilo», a una persona
que enumera los filmes que ha visto; uno conoce más de cine,
en suma, mientras más películas ha visto, y basta.
Parece, además, que los espacios borrosos, los vacíos que
permanecen en nuestras mentes luego de asistir a una fun-
ción cinematográfica, fueran cubiertos por nuestra imagina-
ción, la cual termina enriqueciendo la obra entera.
Esta maravilla del séptimo arte suele perderse de vista,
aunque sea clara la imposibilidad de tomar en serio afirma-
ciones como las de un extinto –y añorado– periodista local
que alguna vez dictaminó que Ladrones de bicicletas, de Vitto-
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LAS MALAS LECTURAS Y EL PROCESO DE CODIFICACIÓN CIVIL EN EL PERÚ
rio De Sica, era la mejor película de la historia porque la ha-
bía visto catorce veces.
Sincero y sencillo en su sentencia, el buen «Pepe» Ludmir
suscitaba sonrisas en los seguidores de sus crónicas, por lo
menos. Porque en el otro extremo, en el plano del puro alar-
de, no mucho tiempo hace que uno de nuestros domésticos
cultores de ese afán inútil que es la crítica (o el arte de hacer
pasar por trascendente lo que el gusto común inteligentemente
rechaza), dio a la publicidad el elenco de sus «diez mejores
películas del siglo XX», y su vanidad le dictó los nombres de
seis o siete filmes franceses (el uno más insoportable que el
otro), dos estadounidenses y un soviético. Más de la mitad de
esas «exquisiteces» –llamémoslas así– ni siquiera se exhibie-
ron jamás en las salas peruanas.
En cambio, la careta del falso lector cae cuando alguien
dice haber leído una obra, pero no tiene ni el más mínimo
recuerdo de la misma.
El episodio del mago magrebí que se inclina y llega a escu-
char, con la oreja pegada al suelo, las pisadas precisas del
niño de la China predestinado a encontrar la lámpara maravi-
llosa, referido por Thomas De Quincey, movió a Jorge Luis
Borges a anotar, en más de una ocasión, que la memoria –la
«inventiva» y «activa» memoria– del ensayista inglés «enri-
quecía y aumentaba el pasado»1.
1. Véanse, esencialmente, la conferencia Las Mil y Una Noches, en Siete
noches (1980), ahora en BORGES, J. L., Obras completas, t. III, 3ª. reim-
presión, Emecé Editores, Buenos Aires, 1995, p. 241; y el Prólogo a DE
QUINCEY, Th., Los últimos días de Emmanuel Kant y otros escritos, en
Biblioteca personal (1988), a su vez en ID., Obras completas, t. IV,
Emecé Editores, Barcelona, 1996, p. 302.

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