Falsos moralistas o fariseos

Por Roxanne Cheesman. Historiadora económicaTartufo, el personaje de Molière, predica rectitud y moral. Gana el respeto social pero la trama de la obra descubre que actúa hipócritamente y que su prédica es un disfraz. La moraleja es que quienes chillan denuncias, con frecuencia lo hacen para disimular sus apetitos y ocultar sus actos.La historia está llena de ejemplos de este tipo: Reginaldo de Pedraza, clérigo de uno de los viajes de la conquista, convenció a los soldados que las piedras que encontró en abundancia no eran preciosas sino ?cristales? que rompió con un hierro. Los soldados las abandonaron y el sacerdote, denunciando los abusos e inmoralidades, abandonó la expedición. Pero al llegar a Panamá murió, y los asistentes a su velorio descubrieron sorprendidos varios kilos de esmeraldas cosidos a su sotana.Otro ejemplo es Pedro Antonio Barroeta, arzobispo de Lima que llegó en 1751. Según Pablo Pérez Mallaína en su libro ?Retrato de una ciudad en crisis?, el obispo, recién llegado, declaró la guerra al virrey Manso de Velasco porque este no permitió que lo cubrieran con una sombrilla durante la procesión. Así, pasó sus 7 años en Lima pregonando su alta moral y despotricando contra lo que él llamaba ?la pandilla? o ?la Trinca de los Bravo?, en referencia a dos oidores de apellido Bravo sin relación de parentesco pero casados con dos hermanas Zabala.Los acusaba de estar coludidos con dos secretarios del virrey y de ser el origen de toda la corrupción en el Perú. Además, insultaba a diestra y siniestra, tildando a uno de leproso, a otro de homosexual juguete de la capital y oprobio de la audiencia, a muchos de mujeriegos, jugadores o descendientes de esclavos y a todos de petimetres y pisaverdes. Todo esto olvidando que se hizo pagar con fondos...

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