¡Siesta, qué fantástica esta siesta!

Por Gonzalo Torres del Pino. Publicista, actor y conductor de TV¿Quién hace siesta hoy en día? Solo algunos afortunados independientes o aquellos que viven cerca o aquellos dotados de la capacidad de fingir que escuchan al jefe en una reunión cuando, en realidad, ya se fueron a Marte.La vida misma, la agitada vida citadina te va quitando de esos placeres que tal vez se reservan para los domingos y feriados. Así es como costumbres inveteradas se van extinguiendo de nuestra capital y de muchas pues el proceso no es único a esta ciudad de zombis caminantes.La palabra siesta proviene de la hora sexta romana, la hora que, contada a partir del amanecer, resulta ser el mediodía, después de la hora del antiguo almuerzo en el que los perros callejeros de las regiones tropicales o subtropicales buscan la sombra para echarse una pestañita. Es que entre el mediodía y las tres o cuatro de la tarde el sol arrecia y, si no se hace siesta, uno está en estado catatónico o catasiéstico.Por eso un limeño de clima anodino se extraña y se desespera cuando entra a una bodega piurana en pleno sol de Colán, pide un rollo de papel higiénico y el dependiente, bien sentado, se demora una eternidad para alcanzarle a uno el bendito rollo que está a dos dedos más del alcance de su mano. Los tiempos de respuesta son otros bajo un calor que amodorra y obliga a la suspensión de funciones corporales.En Lima antigua, había costumbres heredadas de la España mora, la del sur mediterráneo. Las tapadas hacían su baja de revoluciones (aunque no siesta) bajo los grandes y abiertos ventanales enrejados y sobre colchonetas brocadas se dedicaban a la tertulia...

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