Chimpún Cocallao

Por Josefina Barrón. Escritora y comunicadoraDuele ver cómo un país que se vanagloria de ser destino gastronómico obligado para los comensales más exigentes, cuna de esa papa que brota de mil colores en el altiplano, que ha heredado sobre la cima de una montaña una de las siete maravillas del mundo, que puede jactarse de estar entre las pocas civilizaciones milenarias de la humanidad, tierra megadiversa, entre las primeras en cantidad de especies distintas de aves, mariposas y orquídeas, con una vasta riqueza prehispánica que se descubre cada tanto asombrando por su suntuosidad, su refinamiento, su avanzado conocimiento en las artes y las ciencias, duele ver cómo no termina de creérsela.Pues ese mismo país del que me enorgullezco recibe a sus miles, millones de visitantes en el único aeropuerto internacional que al menos por ahora existe en la capital, lo que no sería nada trágico si es que a la salida de ese aeropuerto, es decir a la entrada de Lima, del Perú, de nuestro país de leyendas y sabores, no sé si la Región Callao, el municipio distrital, quienes administran las vías o algún enemigo del buen gusto, ha decidido dar permiso para que la Coca-Cola instale un six pack a modo de panel publicitario, gigantesco, voluminoso y prepotente, que domina el aire enrarecido de aquel óvalo. Lo visual, lo estético, lo paisajístico, lo propio, lo nacional, pasan a ser cuestiones sin fondo ni forma, bienes de intercambio, y ese welcoming que el Callao, que tanto se esfuerza en ser distinto a Lima, en limpiar sus calles y plazas, en hacer prevalecer ley y orden, se difumina en un acto de profundo irrespeto a un espacio casi sagrado para sí mismo, para Lima, para el Perú y todos los que de aquí somos.No, no tengo nada en contra de la Coca-Cola, es más, añoro el...

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